Con su organillo Frati & Co., de fabricación alemana, Héctor Gallardo, en el Centro de León, es un guardián del tiempo y la nostalgia.
Lo acompaña Toñito, su mono araña de peluche, que recuerda a los monos cilindreros reales, aquellos que antaño hacían monadas al compás de un vals. Hoy, por ley, el uso de animales para espectáculos está prohibido.
Toñito “saluda” a la gente, mientras Héctor no deja de mover la manivela que libera notas de colores sepia. La música se diluye por la calle Madero, entre pasos apurados. Algunos pasan sin mirar; otros atrapan un acorde al vuelo antes de seguir. Solo unos cuantos se detienen, dan una moneda. “Señor, señora, joven de azul… gracias.”
Su linaje es de organilleros: “Mi abuelo, allá por los treinta y tantos, cuántas generaciones no vio. Luego mi papá… y ahora yo. Tengo 51. Las generaciones que he visto… y las que me faltan.”
El organillo, ese portento también llamado órgano mecánico, produce su música gracias a un sistema de tubos y un fuelle accionado por manivela. Las melodías están codificadas en un cilindro con púas, como los rollos de pianola o pianos automáticos que parecen tocados por fantasmas.
Sea como sea, se trata de un instrumento mágico, con alma propia. Donde suena, se transforma el ambiente.
¿Y las piezas musicales? Primero fueron religiosas, arias de ópera, valses europeos… y más tarde, en México, se fabricaron cilindros con piezas como Sobre las olas, Alejandra, La Paloma (que interpretaba Concha Méndez), y canciones de Pedro Infante o Javier Solís…
¿Y ahora? “Desde Juan Gabriel, con Amor eterno, hasta José José, El triste… y hasta cumbias, para bailar.”
Héctor Gallardo, a fuerza de tantas entrevistas, fotos y videos para medios y redes, no dice mucho. Cada segundo puede ser una moneda menos. Y tiene razón: el tiempo también es ingreso, el tiempo es oro.
A veces Toñito baila, a veces los niños. A veces se forma un momento feliz, espontáneo. “Así sí baila mi hija con el señor”, dice una madre. Y Toñito saluda más efusivo.
León, a punto de cumplir 450 años de su fundación (en 2026), seguirá viendo en su urbanidad a Héctor Gallardo. Y él, con cada giro del manubrio, seguirá dándole vida al León antiguo, para que sus apreciables fantasmas e incluso los jóvenes y niños de cuerpo presente, hagan un viaje por esta callejuela que es un túnel del tiempo.
Héctor acepta otra foto. En la imagen se ve el contraste de su instrumento portátil, que data de inicios del siglo XIX, con un moderno anuncio de The Italian Coffee. Mientras paguen la publicidad…
“Yo empecé a los 14 años… me daba tanta nostalgia con canciones tan tristes… como la de Las golondrinas.”
Las notas traen a la mente aquellos versos:
¿A dónde ira
veloz y fatigada
la golondrina
que de aquí se va?
Y también, otra estrofa, otra memoria (la que hiciera famosa Javier Solís):
Ya se va el organillero,
nadie sabe dónde va,
dónde guarda su canción…
Pobrecito organillero,
si el manubrio se cansó,
dale vuelta al corazón.