Al inicio de la Cuaresma, el Papa Francisco centró su mensaje en el exhorto de San Pablo a los gálatas, “No nos cansemos de hacer el bien, porque si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por lo tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos”.
No trato de presentar un artículo moralizante en esta ocasión, sino que con motivo de las semanas Santa y de Pascua, independientemente de nuestras creencias, las veamos como un tiempo no solo de reflexión sino de acción, por las cosas que vivimos en México y el mundo.
Luego retomaremos los temas de Reforma Eléctrica, la Ley Minera, las pretendidas reformas electorales, las escaramuzas y preparativos para la elección del 2024, etc., etc.
La conmemoración del Viacrucis no la hizo el Papa en el Vaticano, en la Plaza de San Pedro, sino con el fondo del Coliseo Romano, y yo vi este hecho como un mensaje de esperanza. Todos sabemos que este monumento semiderruido fue el símbolo de la decadencia del Imperio Romano.
Roma nos heredó grandes cosas como el desarrollo del Derecho y la República, la separación de poderes, pero también nos sigue horrorizando con lo que fue el circo romano, donde se solazaban no solo gobernantes sino el pueblo entero.
Como espectáculo, enfrentaban a muerte a hombres contra hombres, léase los gladiadores (incluso mujeres); animales contra animales y hombres contra animales. Mientras más sangre y muerte había, más eufóricos y satisfechos quedaban los espectadores.
La esperanza es que de los mismos sitios donde pudo haber prosperado la barbarie, finalmente pueda florecer la razón y el amor y valga la misma palabra, que florezca la esperanza.
Obras son amores, o sea el amor convertido en hechos y no únicamente palabras. Que no nos cansemos de hacer el bien y ante todo luchar por la justicia y la paz.
Si reinara el amor y el bien, no estaríamos viendo las atrocidades del conflicto en Ucrania, que cumplió 50 días este fin de semana y al que parece que el mundo se va acostumbrando porque al inicio había protestas por todos lados y ahora son esporádicas.
Tampoco veríamos ataques armados como el del Metro en Nueva York por parte de personas alienadas.
Si reinara por lo menos el respeto entre las personas como entre los países (diría el Benemérito), no digamos el amor, no habría la polarización y confrontaciones de fifís contra chairos, o de los 15 millones de “penitontos” que quedan como se les clasifico esta semana despues de acudir a las urnas, porque así empiezan las guerras civiles de sureños contra norteños, de negros contra blancos, de conservadores contra liberales.
No habría encono y odio entre clases y tanta injusticia porque así comienzan los levantamientos, así las Chiapas y los subcomandantes marcos, las guerras sectarias y de etnias que proliferan por el mundo.
Los ciudadanos queremos vivir en paz y en armonía para trabajar, para desarrollarnos, para ser felices. Sin embargo, vemos día con día hechos deplorables y criminales en nuestro país donde el Estado pierde su capacidad de control y, no lo deseamos, que se pueda perder la seguridad nacional.
La justicia, la solidaridad y el amor no se consiguen de una sola vez para siempre, dice el Papa Francisco y tiene razón, porque se conquistan cada día, haciendo el bien sin ver a quién.
Cuando hacemos el bien, no nos damos cuenta, pero la armonía se empieza a generar, el mundo inmediato empieza a cambiar con el bien recíproco, con la satisfacción, en nuestras personas y en nuestros corazones, de hacer lo que es correcto.
Pienso que el bien es una cadena que se fortalece, que resiste, pero hay que poner eslabón por eslabón, día tras día, sin cansarnos.