Grandeza es franqueza: ¿dónde nació México?

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 6 de septiembre de 2021.- Me preguntan si en esta geografía de nuestro Bajío nació México. Mi respuesta es harto doliente: ¡no! Ya que los resultados de la revuelta de 1810 arrojaron 11 años de lucha fratricida. Recordemos que sus iniciadores, los criollos, querían la autonomía, no la independencia. Luego sus continuadores, los ilustrados, procuraron una nación católica sin perder la guía del Reino de España de manera moderada. Sus consumadores, los Trigarantes, avizoraron una monarquía local sin pedir nada a las cortes del mundo.

De la parte española, la realista, su postulado para abatir a los insurgentes con Calleja del Rey e Iturbide a la cabeza fue: cristianos vs. libertinos. Es decir, proteger la peaña en que descansaba no solo una imagen bendita ―antiguamente hecha de madera y ahora sustituida por una de plata pura― sino también conservar los privilegios obtenidos en las tres centurias del Virreinato sin ceder nada a nadie.

Entonces, como bien apunta, la Doctora Josefina Zoraida Vázquez: “el cura Hidalgo hirió de muerte al Virreinato (…) [e] inició la lucha por un nuevo Estado, no que lo fundó (…) ni tuvo tiempo de pensar en lo que significaba”.  Y aparece una gran paradoja donde “aquel hombre culto, ilustrado, buena persona, con afán libertario y con afán de igualdad, dio resultado a este desorden que podríamos decir que terminó con esa grandeza y que tardó mucho reconstruir (…)

porque para 1821, después de 11 años de desorden, la dilapidación de la riqueza, la muerte de la mitad de la fuerza de trabajo, la fundición de aperos de labranza para hacer cañones y armas, el abandono de los obrajes, campos y minas, la partida de peninsulares con sus capitales y la disminución del comercio por la inseguridad de los caminos, el reino ofrecía ya un aspecto deplorable, el gobierno construido a lo largo de tres centurias de derrumbó, la concentración fiscal en la capital cesó y al igual que la economía, tardaría décadas en reponerse imposibilitando que funcionara cualquier sistema de gobierno, la lucha patrocinó también el ascenso y el crecimiento del ejército y sus aspiraciones de mando, lo que pesaría sobre la nueva nación, con lo que el desastre se había consumado”.

No fue sino hasta las Leyes de Reforma (1857) cuando se dieron las bases formales para la construcción de una auténtica República liberal, con la figura central de don Benito Juárez, sin ataduras institucionales ajenas a la idiosincrasia de la nación mexicana y con la consabida pauta democrática pensada no en una sola libertad sino muchas libertades vertidas por el Constituyente de aquel año. Quien haya estudiado Teoría política sabrá bien de lo que hablamos. De allí que algunos estudiosos señalen con justa razón que con la Reforma acudimos a la segunda Independencia de la nación.

Ahora bien, no perdamos de vista que el Reino de la Nueva España era una tierra española habitada por americanos en la época del estallido de la guerra de Independencia donde los conservadores, clero e Inquisición, seguían a pie juntillas la política de los borbones para no cambiar nada. El criollismo, o sea los americanos españoles, les plantaron cara a estos ya que siempre, desde la Corona, fueron calificados como ineptos (Luis Fernando Díaz Sánchez: 2010).

Fray Servando Teresa de Mier decía: “Desengañémonos la América no necesita de protección: vuestra tutela [la de los españoles] en su virilidad no sólo es impertinente, sino dañosa: las fajas convienen sólo a la infancia, la juventud debe andar por sí sola”.

Por su parte los absolutistas, sigamos al citado investigador Díaz Sánchez, seguían apegados a las viejas tradiciones que reclamaban la naturaleza  divina de los monarcas  y el justo papel y el rol que la Iglesia debía jugar en las sociedades humanas al subrayar que aquella enseñaba la obediencia, la subordinación y la renuncia a la Independencia, basado en las leyes naturales que enseñaban que el pueblo en general, sólo debía aceptar de manera pasiva, la elección de sus gobernantes, como sucede en muchos municipios y estados del país en nuestro tiempo.

En cuanto a los tradicionalistas estos seguían empeñados en sostener el origen popular de la autoridad y el de la transmisión de esta al rey por consentimiento o voluntad del pueblo. Y finalmente veamos a los liberales democráticos que tenía dos sectores: el moderado y el radical. En el primero está don Miguel Hidalgo y Costilla y como continuador, ya secularizado, Servando Teresa de Mier. Dentro del segundo podemos citar al Generalísimo José María Morelos y Pavón, Ignacio López Rayón y Andrés Quintana Roo.

Con esta relatoría bien merece la pena recordar aquel dicho: el hombre común se parece más a su época que a sus padres. De allí que México no nació en esta tierra. Sí nació el movimiento que llegó a consumar la Independencia pero que arrojó desastre y pesadillas, como el primer Imperio mexicano con Agustín I… luego vendrá Santa Anna, la pérdida del vasto territorio, la Invasión de los EE UU y otros acontecimientos más, en fin, hasta llegar la Reforma para colocarnos en la punta de lanza de la América latina por la Constitución de 1857 sin dejar de lado el Segundo Imperio con Maximiliano de Habsburgo que un grupo de conservadores promovió. Lo siguiente es el orden y progreso porfirista hasta la Revolución Social Mexicana comenzada por el grupo de anarquistas de los Hermanos Flores Magón y retomada por el zapatismo sobre todo por el hartazgo del pan y circo dado. “Pan y letras primero, la retórica después” es el leitmotiv del pensamiento revolucionario más genuino.

La transformación que vivimos ahora tiene por supuesto una afluente en cuanto al nacimiento de México que muy bien lo podemos rastrear históricamente con la investigación del nombre para el nuevo país. El historiador Alfredo Ávila Rueda lo tiene bien identificado en su texto ¿Por qué se llama México?, revista Relatos e historias en México, No. 37, septiembre de 2011 donde la América Septentrional es el comienzo del nombre vinculado al Plan de Iguala y pensado, ya por Iturbide o mejor, soñando con el sistema de una “monarquía moderada” para gobernar.

Quienes digan que aquí, en este Bajío nuestro, nació México deberían leer un poco más de Historia verdadera porque grandeza es franqueza.