La paz en Palestina, y Oriente Medio, vuelve a ser una esperanza tenue pero necesaria en medio de la devastación.
El acuerdo más reciente entre Israel y Hamás, mediado por Egipto, Catar y Estados Unidos, propone una tregua en tres fases, incluyendo la liberación de rehenes israelíes y prisioneros palestinos.
Aunque las negociaciones siguen siendo tensas, se vislumbra una ventana real para detener el fuego y comenzar un proceso que ponga fin al sufrimiento de millones de personas atrapadas en este conflicto interminable.
La propuesta en curso establece como primer paso un cese al fuego de seis semanas, con intercambio de rehenes vivos (o muertos) por mujeres, ancianos y menores palestinos encarcelados.
La segunda etapa contempla la liberación de soldados capturados y la retirada parcial de tropas israelíes, mientras se negocian condiciones duraderas. La tercera, la reconstrucción de Gaza y un acuerdo político definitivo. La comunidad internacional, incluyendo países europeos como Francia y Alemania, ya ha confirmado su participación en las reuniones de seguimiento.
Este esfuerzo no parte de cero. Acuerdos anteriores como el de Trump en 2020 abrieron caminos, pero dejaron fuera a los actores fundamentales del conflicto: los propios palestinos. Ahora, con Hamás como parte central de las negociaciones y con apoyo regional, se abren posibilidades distintas.
Aun así, hay barreras profundas como el expansionismo sionista, que busca sostener un control absoluto de los territorios ocupados, y que ha saboteado toda iniciativa de paz verdadera con acciones violentas y políticas de exclusión.
La situación humanitaria es insostenible. Desde octubre de 2023, más de 66 mil palestinos han muerto en Gaza, la mayoría civiles, niños, mujeres y ancianos. En contraste, las víctimas israelíes ascienden a poco más de mil 400.
Estas cifras son devastadoras y revelan un desequilibrio brutal, por un solo muerto que fuera. No estamos frente a una guerra convencional, sino ante una campaña de exterminio que ha destruido barrios enteros, hospitales, escuelas y la vida cotidiana de más de dos millones de personas atrapadas bajo fuego constante.
Ante este escenario, el Gobierno de México ha sostenido una postura firme y valiente. Ha exigido un alto al fuego inmediato, la entrada de ayuda humanitaria, el respeto a los derechos humanos y la liberación de rehenes y prisioneros por igual.
México también ha reiterado su apoyo histórico a la creación del Estado Palestino, como vía para una paz justa y duradera. Su voz en foros internacionales ha sido una de solidaridad activa con las víctimas y compromiso con la legalidad internacional.
No hay paz posible mientras sigamos permitiendo la muerte de inocentes. Todos, sin importar creencias, lenguas o pasaportes, nacimos del mismo polvo y compartimos el mismo corazón humano. Somos una sola especie, una sola familia. La violencia no puede ser el lenguaje con el que resolvamos nuestras diferencias. La única bandera legítima es la de la dignidad, la libertad y la vida.
Palestina e Israel no deben ser enemigos eternos, sino pueblos hermanos que ya han sufrido demasiado. Como decía Gandhi, no hay camino para la paz, la paz es el único camino.