Esto de escribir

Doctor Arturo Mora Alva, investigador, escritor, académico y columnista Platino News

“Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido. Evoquemos una situación de lo más trivial: un hombre camina por la calle. De pronto quiere recordar algo, pero el recuerdo se le escapa. En ese momento, mecánicamente, afloja el paso. Por el contrario, alguien que intenta olvidar un incidente penoso que acaba de ocurrirle acelera el paso sin darse cuenta, como si quisiera alejarse rápido de lo que, en el tiempo, se encuentra aún demasiado cercano a él “.

 Milan Kundera

“Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino.”

Ernesto Sabato

 

“Y quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse en la cabeza y en la vida de los otros”.

 

   Annie Ernaux

Pensar que hace tiempo escribía con una pluma de tinta de las que llaman fuente, que implicaba cargar tinta en su depósito y cuidar que fluyeran los trazos cuidando no manchar la hoja, dejando pasar un instante preciso entre el dibujo de la letra y el secado de la tinta sobre el papel, a veces, casi siempre, los dedos de alguna forma, el índice, el medio y el pulgar  se quedaban con tinta impregnada como huella de la acción de escribir, de la batalla entre el sentir y el pensar para lograr escribir. Confieso que intentaba escribir poesía.

El reto de escribir así, era cuidar lo que se plasmaba sobre la hoja, el error era evitado: la mente y el corazón trabajaban para acertar con la palabra deseada, con la idea que quería contar algo de lo que se vive y quiere salir en forma de verso, de soneto, de oración inmaculada. Escribir es sufrir y gozar, es una diada interminable que se convierte en tormenta y en tranquilo océano, muchas veces sucumbiendo al oleaje inclemente y otras veces en la calma que raya en el vacío que propicia en un cielo limpio con el mar fusionado en un azul ignoto.

Escribir entonces es algo que nos lleva a poner la mente al servicio del alma, del corazón. La mano y su prótesis hecha pluma busca conectar y conjugar palabras con verbos, entramado entre el pasado, el presente y el futuro. Las letras se salen en desorden, el caos es necesario y la respiración se convierte en el antídoto ante la prisa con la que las palabras desbocadas quieren narrar una vida que, si bien no es una epopeya, si es algo que nos pertenece en el sentido existencial y que hace que nuestra singularidad adquiera rasgos de libertad y de inéditas expresiones escritas que son bálsamo para el espíritu, en la que no deja uno de preguntarse y de conocerse.

También escribir es el recurso para dar forma al dolor, al deseo, al amor, a la frustración, al desencanto, a la alegría, a las ilusiones, la decepción, y todas las emociones y los sentimientos que nos hacen ser una persona y es la posibilidad de que el caleidoscopio de la vida, podamos mostrar con arreglos de colores con formas definidas, hechas palabras, el que permitan hablar de nosotros. Escribir es arriesgarse a mostrar lo que somos en un momento dado, en circunstancias que nos van confrontando con nuestras dudas y nuestras acciones.

En esto de escribir esta también el encuentro con el otro, con las personas que nos leen, en la que la aventura de compartir una mirada de la vida, que busca ingenuamente y honestamente poner en perspectiva algunas ideas, pensamientos y sentimientos, que son parte del registro de las experiencias vividas o deseadas, porque si algo tiene la inteligencia humana es la capacidad de crear, de inventar, de soñar, de imaginar la vida misma de las maneras más insospechadas. La ficción es realidad en tanto nace de la condición humana de no conformarse con la realidad misma.

La palabra, el lenguaje nos hacen humanos. La comunicación es el vehículo para poder estar con otros, comunicación, comunión y común tienen las mismas raíces etimológicas. Escribir es abrir las posibilidades para estar con otros y crear un mundo, una cultura común y crear un mundo compartido.

Recientemente Irene Vallejo publicó el “Manifiesto por la Lectura”, de la que comparto este párrafo, porque en el escribir esta la contraparte que es leer: “Somos seres entretejidos de relatos, bordados con hilos de voces, de historia, de filosofía y de ciencia, de leyes y leyendas. Por eso, la lectura seguirá cuidándonos si cuidamos de ella. No puede desaparecer lo que nos salva. Los libros nos recuerdan, serenos y siempre dispuestos a desplegarse ante nuestros ojos, que la salud de las palabras enraíza en las editoriales, en las librerías, en los círculos de lecturas compartidas, en las bibliotecas, en las escuelas. Es allí donde imaginamos el futuro que nos une”. (Siruela, 2020)

Si bien las plataformas digitales no son un libro en sentido estricto, si son lugar para la lectura y para seguir construyendo en el presente lo que será nuestro futuro parafraseando a Irene Vallejo.

Les comparto tres textos breves que escribí, son de esos que la pluma fuente plasmó en el infinito de una hoja en blanco.

 

Muerte natural

Caminó sendero adentro, no supo del tiempo que había pasado desde que bajó del auto. Su mirada estaba puesta en el horizonte. La tarde se anunciaba con Venus como lucero en un cielo limpio. El viento frío lo tomó por sorpresa y lo hizo detenerse, era suficiente. Necesitaba sacar los demonios que llevaba consigo. La luz del día se perdió en unos cuantos parpadeos, supo que no podría regresar. Se postró indefenso ante la noche que ahora lo cubría. Tenía que resolver el enigma que no dejaba de doler en la cabeza y que arrancaba a pedazos la piel en su desesperación por comprender, por entender, por aceptar. Lloró, habló en voz alta, se gritó a él mismo. Se respondía primero con enojo, después con absurdos. Cansado se dejó caer en el suelo, su cuerpo se amoldo a la geografía del páramo. Durante la noche estrellada su cuerpo se fusionó con la tierra que lo había recibido. La mañana lo despertó. Estaba molido, tenía hambre como nunca, el agua faltante cuarteaba su boca, los labios de cartón se rompieron con facilidad al primer bostezo. Quiso caminar y no pudo, intento gritar y no hubo sonidos, quiso llorar sin lograrlo. Lo encontraron tres días después con una nota escrita con tinta azul: “Qué se culpe a la naturaleza humana de mi muerte”.

 

Palabras no dichas

Besos que reclaman su condición de puerta. Sábanas blancas que se transforman en lienzos en el que los cuerpos se transfiguran en pinceles. Cuadros pintados con la pasión del color de la piel y la humedad. Mano sobre mano, descanso merecido. Silencio que habla por sí mismo, con palabras hechas mirada y convertidas en respiración, transformadas en tacto y recuperadas en el olfato que registra los aromas del encuentro y la memoria. Lugar en el que el que los labios se saben puertas abiertas, besos tránsfuga. Las palabras presentes en ese instante los hacen ser lo que añoraron, sin haberlo dicho jamás.

 

Jirones y esperanza

La amargura de la realidad vivida entró sin pedir permiso, grosera, violenta. No entendía el trato de él, egoísta, cruel y sobre todo injusto. No había ya rastro de felicidad en casa y pese al miedo, ella dio el primer paso, dijo lo que sentía y pensaba, sabiendo que no había más futuro con él. No paro el llanto por meses, las lágrimas derramadas no dejaron de brotar por semanas y con ellas llegó el temor, las amenazas, la tristeza, el coraje y sobre todo la impotencia.  Un día se vio hecha jirones frente al espejo, era un ser que se iba desdibujando frente a sí misma. No era sólo lo que dejaba atrás al asumir por fin del hasta aquí, de su vida de esposa y de mujer maltratada, sino la conciencia de ser mujer, y de ser la víctima por varios años en esa relación. Trabajo, hijos, casa, descanso, comida, sueño, todo trastocado. Empezó a reconocerse en la mirada de sus hijos, en la de sus hermanos y hermanas y en la de sus amigas y amigos de la infancia y de la adolescencia, de las vecinas, aceptó las manos que la recibían, el abrazo que la confortaba, se permitió pedir ayuda, se dio la oportunidad de sentir que aún había esperanza, es decir, al fin se dejó simplemente querer y quererse.