Escribe y habla Vd. español o ñamericano

Juancarlos Porras y Manrique, promotor cultural, escritor, poeta, cronista de la ciudad y columnista Platino.

Si Gabriel García Márquez expresó en el I Congreso Internacional de la Lengua española, Zacatecas 1997 aquello de simplificar la gramática antes de que termine por simplificarnos a nosotros además de jubilar la ortografía terror del ser humano desde la cuna; cinco lustros después Martín Caparrós periodista argentino alude, en el IX Congreso de marras en Cádiz, España, ya trazado en su libro Ñamérica (2021), que la lengua española que hablamos 600 millones de habitantes en el mundo, se le denomine “ñamericano”.

Aunque algunos diarios argentinos enmendaron la plana a su coterráneo al proponer el terminajo de “americaño”, el también cronista se enfrasca en el lugar común de la imposición de una lengua a los pueblos originarios, así como la tan sobada búsqueda de identidad de los países independientes de la Corona española que, según él, con la letra “ñ” se le asigna identidad. Ñamericano entonces se vuelve símbolo y hasta signo del mundo presente. 

El cagatintas interpreta de manera tumultuosa otro lugar común, es decir, a los que escribimos  y hablamos en una lengua hispana donde no somos anticuados para su gusto sino “anticuados son los que se prenden a las modas transitorias, y pronto se quedan atrás con sus modas. Tampoco puede ser un antiguo: nunca compararemos nuestra arcilla al mármol de ayer”. (Alfonso Reyes, OC I, “Joaquín Arcadio Pagaza”, p. 267). Por eso lo apremiante es la excelsitud de nuestra lengua española. 

Tan solo pensemos en los arreos que un poeta como Juan Torres Septién propone desde su riqueza léxica. Hablamos de la composición leída en la Velada que se verificó en León el 8 de diciembre de 1904, para celebrar el 50 Aniversario de la Definición Dogmática, de la Pureza original de María dedicada al Ilmo. Sr. Dr. D. Joaquín Arcadio Pagaza, como homenaje de antigua y respetuosa amistad, donde, en 31 numerales podemos leer “el estudio amoroso de cada palabra”. 

Con cierta púrpura virgiliana (Alfonso Reyes dixit) bien podríamos acercarnos a los autores clásicos del gabinete verde. Pastores todos, bucólicos, donde “la vida es cosa que huye, la poesía, leve y alada, es más inasible si se quiere: vive solamente de espíritu, de soplo”: 

Brotan doquier blasfemias en los labios; 

Todo lo manchan con aliento impuro; 

Y aquellos hombres, que se dicen sabios, 

A Jesucristo atacan con encono; 

Y renegando de su origen puro, 

Cifran su honor en descender de un mono. 

Por eso cabe preguntar: ¿dónde acaba lo español o dónde comienza lo ñamericano? Porque Manuel José Othón conocía sus clásicos como también Rubén Darío o Eduardo Marquina. 

Pues bien, la mera erudición lingüística no proviene de la crítica de moda. Es menester saber que pulsamos una lengua hispana con signos elementales que se acoplan a nuestra práctica cotidiana. Pero Caparrós el cronista no entiende “que innovación hay recordación”, o sea, reanudación manifiesta para escribir y hablar español. Othón lo diría de la siguiente manera: 

Cronistas, poetas y doctores

departirán contigo en la divina

fabla, de que sois únicos señores…

¡Oh romance inmortal! Sangre latina

tus venas, abrasó con fuego ardiente

que transfundió en la historia y la ilumina, 

y nunca morirá…