El silencio, ese estado incómodo

Mariana Ene.

LA SIGUIENTE COLUMNA ES UNA INVESTIGACIÓN QUE HICE DURANTE LA LICENCIATURA EN CULTURA Y ARTE EN LA UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO, CAMPUS LEÓN, MÉXICO (mi cosa favorita por aquel entonces era estar en clases y huir al salón de piano enseguida terminara la anterior), mientras tanto tenía que elegir temas de tesis y entre y una cosa y otra, como siempre me fue difícil elegir y preferí tomar un tema que me permitiera paz, por ello hablo hoy de lo que quizás no te fascine tanto: El silencio.

¡Vámonos pues!

Empiezo:

En el arte de la paz no hay contiendas,  el verdadero guerrero es invencible porque no lucha con nadie.  “Vencer” significa derrotar la idea de disputa que albergamos en nuestra mente. Morihei Ueshiba, O´Sensei.

La tranquilidad, ese estado en el que nos encontramos cuando por hacer no tenemos mucho, que nos brinda la oportunidad de estar una vez más con nosotros mismos y que, mientras hay personas que lo ven como un intervalo entre un sonido y otro, para otros es un estado, de silencio tal vez, en el que su mente se ve de alguna manera obligada a hablarles, y recordarles que siguen ahí, que seguimos aquí.

Ella es Francisca, es mi compañera en Balmaceda Arte Joven y es excelente para explicar qué es una performance. Foto tomada por la stalker de yo.

¿Por qué es tan importante permanecer en silencio? ¿Por qué razón el silencio es necesario y valioso?

Es por eso que se intentan esclarecer los motivos por los cuales el pensamiento humano contemporáneo generalmente es enemigo del silencio. Quizás es que seguimos siendo temerosos de nosotros mismos; y es que, imagina un mundo en el que no existiera sonido, un lugar en el que prevalezca la contemplación antes que las palabras, y que el pensamiento pese más que el estereotipo físico que la sociedad ha creado sin mucho esfuerzo.

Se dice que el ser humano sólo utiliza un porcentaje muy pobre de la capacidad total que le permite su cerebro, esto deja espacio a paradigmas de lo que realmente podríamos ser o lograr si utilizáramos la totalidad del pensamiento. En este tramo entre lo que conocemos y lo que existe, nos encontramos vagando y es el silencio una barca que nos ayuda a explorar estos límites personales, al final, puede ser un sitio en el cual se resguardan nuestros complejos, miedos, inseguridades y prejuicios, cosas que el ser humano por naturaleza evita encontrarse.

Esta soy yo, no sé qué pensando, (ok sí en qué pero el silencio es mi tema), mientras me toman una fotografía.

Los motivos pueden ser muchos, pero al final sigue siendo un enigma para la sociedad, pues esto se ve reflejado en las máscaras que utilizamos día con día, las cuales no nos permiten tener una visión clara de ese a quién miramos porque nos dejan entrar sólo hasta donde su espejismo nos permite.

No es fácil vivir el vacío que crea la superficialidad de la sociedad moderna. Sin vida interior, sin meta y sin sentido, el individuo queda a merced de toda clase de impresiones pasajeras, desguarnecido ante lo que puede agredir desde fuera o desde dentro. Es normal entonces que busque experiencias que llenen su vacío o, al menos, lo hagan más soportable. Uno de los caminos más fáciles de la huida es el ruido. Vivimos en la “civilización del ruido”. Poco a poco, el ruido se ha ido apoderando de las calles y los hogares, de los ambientes, las mentes y los corazones. Hay, en primer lugar, un ruido exterior que contamina el espacio urbano generando estrés, tensión y nerviosismo. Un ruido que es parte integrante de la vida moderna, alejada cada vez más del entorno sereno de la naturaleza. La sociedad del bienestar ha decidido luchar contra este ruido privilegiado el silencio, tomando medidas más estrictas para hacerlo respetar, insonorizando las viviendas o promoviendo el éxodo hacia el campo. Pero hay en la sociedad moderna otro ruido contra el que no se lucha sino que se busca. La persona superficial no soporta el silencio. Aborrece el recogimiento y la soledad. Lo que busca es ruido interior para no escuchar su propio vacío: palabras, imágenes, música, bullicio. De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior; estar ocupado en algo para no encontrarse con uno mismo; meter ruido para no oír la propia soledad.

Regresé a la Cineteca Nacional de Chile hace unos días luego de 4 años y debo admitir que encontrarme este rincón entre todo el complejo fue lo más bello que pude disfrutar ahí. También la exposición que hubo pero había mucho ruido y con libros ahí, la emoción me consumió antes.

El ruido está hoy dentro de las personas, en la agitación y confusión que reina en su interior, en la prisa y la ansiedad que domina su vivir diario. Un ruido que, con frecuencia, no es sino proyección de problemas, vacíos, desequilibrios y contradicciones que no han sido resueltos en el silencio del corazón. Pero el hombre moderno está lejos de aprender a entrar en sí mismo para crear el clima de silencio indispensable para reconstruir su mundo interior. Lo que busca es un ruido suave, un sonido agradable que le permita vivir sin escuchar el silencio. Es significativo el fenómeno de la “explosión musical” en la sociedad moderna. El hombre de nuestros días oye música de la mañana a la noche. La música y el ritmo se han convertido en el entorno permanente de no pocos. Se oye música en el trabajo y en el restaurante, en el coche, el autobús o el avión, mientras se lee o se hace deporte. Se vive “la música continua”

En “La Afasia” Freud (1992),  explica que si bien “muestras consideraciones nos han llevado a atribuir cierto tipo clínico de trastorno del lenguaje a un cambio en el estado funcional del aparato del lenguaje, y no a una interrupción localizada de una vía”,

Freud pone en juego cierta lógica paradojal: de algún modo positiviza los síntomas negativos y convierte al “silencio clínico” en la expresión activa de una estrategia defensiva. La ruptura de la conducción no se debe al déficit anatómico sino a una operación psíquica activa y eficaz, destinada a evitar el sufrimiento provocado por un “conflicto”. ¿Y esto quién lo  provoca? Esto sólo puede provocárselo el sujeto a sí mismo.

La palabra silencio viene del sustantivo latino silentium, el cual es el sustantivo correspondiente al verbo taceo. En latín existían dos verbos con  el significado de estar silencioso, callarse o callar: taceo y sileo (ambos usados como transitivos e intransitivos). El primero era más frecuente en la época arcáica; sileo apenas se usa en la época Imperial excepto por los poetas o autores en general. En la época clásica significan lo mismo. Se supone que sileo designó en su origen no tanto al silencio como la tranquilidad y la ausencia de movimiento y ruido; se utilizaba más para referirse a personas que a objetos inanimados (noche, mar, viento, etc). Sileo no ha pasado a las lenguas románticas, pero sí taceo.

Tomada del muro de Facebook de José Luis Galeano, en León, Guanajuato, México.

Muchas veces hablamos de nosotros, directa o indirectamente. Contemos cuántas personas, o nosotros mismos, usamos aquellas pequeñas palabras “yo” “mi” o “mío”; no sirve de nada intentar conscientemente evitar aquellas palabras. Es la actitud de autoafirmación y de pose que expresan lo que las torna en un obstáculo. En lo espiritual reside la importancia del silencio, pues sin ser forzado equivale a dar una significación menor al “yo” y suma mejoras personales.

La sociedad también tiende a darle importancia al silencio cuando no es posible expresar con palabras, algo profundo o incomprensible. En el Taoísmo se dice que el Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao. Lo Divino es “inconcebible e indivisible”. A veces, las personas intentan una aproximación al concepto de Divino negando todo lo que la mente puede concebir y es aquí cuando de nuevo dependiendo a la sociedad se genera un nuevo conflicto existencial de lo que se dice o se guarda.

Hay personas que por experiencias personales sienten al silencio como inquietud, preocupación, miedo, obsesión. Y ven, a su vez, a lo “silenciosos” como tabú.

El silencio impuesto coarta la libertad, asfixia la inteligencia y deforma las mentes más débiles. Cuando el silencio viene de arriba, infunde perjuicios en las cabezas pensantes, pues la batalla interna está asegurada entre el “sí” y el “no”, entre el “poder” y el “deber”. Los que logran abrir la boca (y sus mentes) no siempre son vistos con buenos ojos por los que no hablan. Sin embargo, habrá los suficientemente valientes para mirar hacia adelante y estar satisfechos con la decisión tomada.

Y aquí surge como en toda sociedad otra paradoja del “ser o no ser”, no hay ninguna cuestión, simplemente no se entiende aún el significado de respetar. En la sociedad actual, banal y estacionaria nos encontramos con el rechazo social perteneciendo a cualquiera de las partes, por ende no podemos fiarnos de la opinión general que normalmente es consecuencia de la ignorancia y la falta de difusión de la información adecuada.

Nos dan información a medias, que convenga, que confunda, que nos parezca suficiente pero sin adentrarnos a las realidades, forzando así a la sociedad a formar una red de prejuicios sin sentido de los que muy difícilmente podemos sacarlos. Silencio no significa tan sólo evitar la palabra hablada; el silencio significa, en cierto modo, el estar vacío o abierto. Hemos de estar abiertos antes de poder recibir cualquier cosa pero la apertura no es todo, si no se trata con prudencia puede ser peligrosa y perjudicial.

Me dijeron que posara y me perdí.

Podemos confirmar que el silencio genuino y profundo no es la pasividad, no es un estado adormilado. Es quietud y sosiego. Es, por consiguiente, poco perceptible a nuestros sentidos y capacidades usuales. Es conciencia pura.

Cuando analizamos los motivos de por qué las personas prefieren estar (como generalmente nos encontramos) inmersos en ruido y distracciones, vemos que la mayor parte de ella no está acostumbrada a estar en el silencio, no le conocen concretamente.

Con esto tratar de explicar las introspecciones de  la sociedad actual sería una confusión total, porque ni ella misma ha tenido el tiempo de comprenderse. Sería una experiencia nueva para alguien, que en su juventud, debería de tener más que clara su mentalidad. Es entonces cuando el silencio funge como el sitio para llevar a cabo el análisis personal, reflexivo, retroalimentativo y que nos permitiría de cierta manera ir más allá de nuestras limitaciones terrenales, y concebirse como entes entre entes. Entendiendo por “ente” su significación filosófica, todo aquello que existe o puede existir.

 

En este plano podríamos incluso, mencionar a la física cuántica delimitándonos los espacios de estudio de lo existente y dando así, a nuestra introspección un carácter científico y comprobable por métodos cuánticos. Pero aún con ello, si la persona no comienza con agregarle un valor significativo a su silencio, no tendríamos más que conjeturas y rumores sin fundamento.

La sociedad pues, adapta el silencio a sus situaciones existenciales y no lo suele utilizar para ingresar en sí, pues antes de hacerlo tiene que pasar por una serie de conflictos psicológicos y neuronales de gran complejidad, los cuales la sociedad contemporánea no tiene interés en analizar ni desestimar, simplemente se es ignorado.

Una de las características de la sociedad contemporánea que quiere sentirse “abierta” es ignorar, pero tener apertura mental no significa dejar pasar de largo, sino es comprender y más que nada tolerar de cierta manera lo que no es igual a sí mismo. Esto genera que se tenga conocimiento significativo y sobre todo aplicable a la vida cotidiana, adaptando la tranquilidad y el estado silencioso de manera natural.

Esta foto puede no existir. Puede que la tomé yo o no podía.

En conclusión el perfil del personaje viviente del ruido está condensado en un ser sin interioridad, sin núcleo unificador, alienado, confuso internamente, con una incapacidad de escuchar. El ruido disuelve la interioridad; la superficialidad la anula. El individuo entra en un proceso de des-interiorización y banalización. El hombre sin silencio vive desde fuera, en la corteza de sí mismo. Toda su vida se va haciendo exterior. Sin contacto con lo esencial de sí mismo, conectado con todo ese mundo exterior en el que se encuentra instalado, el individuo se resiste a la profundidad, no es capaz de adentrarse en su mundo interior. El ruido y la superficialidad impiden vivir desde un núcleo interior. La persona se disgrega, se atomiza y se disuelve. Le falta un centro unificador. El individuo es llevado y traído por todo lo que, desde fuera o desde dentro, lo arrastra en una dirección u otra. La existencia se hace cada vez más inestable, cambiante y frágil. No es posible la consistencia interior. No hay metas ni referencias básicas. La vida se va convirtiendo en un laberinto. Ocupada en mil cosas, la persona se mueve y agita sin cesar, pero no sabe de dónde viene ni a dónde va.

 

Es normal entonces vivir dirigido desde el exterior. El individuo sin silencio no se pertenece, no es enteramente dueño de sí mismo. Es vivido desde fuera. Volcado hacia lo externo, incapaz de escuchar las aspiraciones y deseos más nobles que nacen de su interior, vive como un “robot” programado y dirigido desde fuera. Sin cultivar el esfuerzo interior y cuidar la vida del espíritu, no es fácil ser verdaderamente libre.

El hombre lleno de ruido y superficialidad no puede conocerse directamente a sí mismo. Un mundo superpuesto de imágenes, ruidos, ocupaciones, contactos, impresiones y reclamos se lo impide. La persona no conoce su auténtica realidad; no tiene oído para escuchar su mundo interior; ni siquiera lo sospecha. El ruido crea confusión, desorden, agitación, pérdida de armonía y equilibrio.

Volcado hacia fuera, vive paradójicamente encerrado en su propio mundo, en una condición que alguien ha llamado “egocentrismo extravertido”, cada vez más incapaz de entablar contactos vivos y amistosos; con el corazón endurecido por el ruido y la frivolidad, se vive entonces defendiendo el pequeño bienestar cada vez más intocable y cada vez más triste y aburrido. La sociedad moderna tiende a configurar individuos aislados, vacíos, reciclables, incapaces de verdadero encuentro con los otros, pues encontrarse es mucho más que verse, oírse, tocarse, sentirse o unir los cuerpos. Estamos creando una sociedad de hombres y mujeres solitarios que se buscan unos a otros para huir de su propia soledad y vacío, pero que no aciertan a encontrarse.

Lo único que podemos determinar es que si el cambio se hace visible, la única relación comprobable es la nuestra.  Comencemos desde ahí, y conozcamos como sociedad e individuos que el silencio se nos presenta como una manifestación simbólica naturalizada a lo largo de la vida, ajena de tabúes y complejos.

Esta foto no importa para quién era, no estuvo aquí.

Les quiere, N.