El poeta como historiador no como cronista

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

León Guanajuato a 22 de diciembre de 2020.- La fronda democrática se avizora a partir de varios poemas que nos llevan a presupuestar que la poesía es tan exacta, apunta Flaubert, como la geometría: cumple con exactitud sus ciclos. También logra hablar en necio y no en una sola tinta o metáfora pues traslada, no una colección de cosas muertas, sino un acontecimiento histórico donde mantiene la honestidad del quehacer historiográfico.

El esfuerzo fluye y no se le mete mano a la Historia. Acude a fundamentar una posibilidad para medir la Poesía como José de Jesús Ortiz Funes en Trébol (1971): “Mártir suspiro: todavía te sostiene/ el corazón de Dios”. O bien, a la manera de Efraín Huerta en A los que (no) descansan en paz (1973) hay que señalar que: […] “Todos juntos y benditamente revueltos/ Descansan un poco en la paz casi total/ Bajo la dulce tierra de un duro país/ Que no se merece tanto ángel/ Ni tanto perro./ ¡Que todo sea por Dios!”.

El poema pide a los nuevos ritmos e imágenes del paisaje nuestro, como bien señala David Huerta, y también a su historia: “(…) y otros reductos del orden/ No son sino perrezuelos fascistas/ que hace años lamentaron la matanza de León”.

La sugerencia visual es un “resumen y principio de preguntas y siempres”. No existe el olvido sino la verdad como auténtica contraparte de la Memoria. Se rehúye a la mentira. El poeta infatigable, frágil, mistérico, doloroso, prometeico, anuncia-denuncia con suprema voz, como los otros poetas, lo que duele y ve.

Nos desvela desde (el Absolutismo), la otra orilla del mundo: “La/ Voz/ Del pueblo/ Es la/ Voz/ De/ Yo”. Dicho lo anterior vierte su memoria como hace el historiador que, según Friedrich von Schlegel, es un profeta al revés.

Efraín Huerta reconocerá con ahínco desde su Poema del Bajío o bien desde Luminaria de Guanajuato y el Corrido de don Lupe Posada o aún más en Amor, Patria mía, a las ciudades de León, Silao y Guanajuato: triada inseparable de la mano del Bajío mexicano.

Sabemos por noticia de su hijo David y en su momento por Alejandro Aura y de Francisco Javier Suárez Huerta «el Romita», cómo su padre paseaba por las urbes aludidas en caravana con otros poetas: […] ahí me parece verlo en sus gustosos paseos nocturnos, ya con su nueva voz y el cuerpo que se le aproxima, que le viene a buscar y que lo hace suyo (José Lezama Lima dixit).

Así la poesía es un reflejo de un hecho histórico que hace suyo el cantor, es decir, un “poeta a semejanza de la poesía”, con una nueva voz, un cuerpo que viene a buscarle. No por nada también escribe: “Tu poema, Bajío, es sereno,/ y tu tierra es perfecta”.

 

 

La vida siempre está en marcha

Si el crítico literario deja de paso algunas monedas en la escalera de la historia (Alfonso Reyes dixit) imaginen qué no dejará el poeta. No hablo de tanteos como bien ha hecho el método histórico sino del misterio profundo del lenguaje donde “los métodos y hábitos de expresión verbal están sometidos a la evolución de los gustos, puesto que la vida siempre está en marcha”.

Para comprobar esta marcha basta con citar al poeta leonés José de Jesús Ortiz Funes que, con gran vigor expresivo, es decir, musicalidad de la lírica compuso un sentido canto a la barriada de sus amores: San Miguel. Bajo el título “Lindero de Júbilo” es un himno de entrañable cariño filial (así lo califica Salvador Alderete Loza) donde: “[…] Queda un regusto melancólico a la par que jubiloso, que no puede ser efecto […] sino del mágico hechizo musical de la palabra como masa sonora…”.

Lindero de Júbilo

Te canto, San Miguel,

por la sencilla fe de tus mujeres

que saben a canela y a piñón:

menudas chuparrosas

que en cántaro y rebozo

transportan las estrellas

y los tejos del cielo

que ten llenan

la natural clepsidra de los ojos,

con que tú siempre mides

a nivel de la cruz inicial de los labios

el arcángel del beso.

Por tus novias que bordan

al redondel gitano de los sueños,

cascada de jazmines en desvelo

la pandereta de la luna llena

sobre sus frentes en botón de azahares.

Te canto, San Miguel

por tus niños descalzos,

huérfanos de la blanca caricia del apóstol:

los nardos de la estrella de su diestra,

como espiga de gracia, meciéndose en Huejutla,

bajo una mitra de una nube en llanto.

Mas ¡ay!

¿Por qué sólo cosecha

puñales afilados

en la piedra redonda

que da vuelta el olvido?

Cuando cantas,

cuando lloras,

cuando rezas

¡oh, mi barrio imperial!

del silbo de saetas

estremece verbena de claveles

el tribuno,

y ruge en el alcázar de luz

como un cachorro, el corazón

 

El poeta entonces deja para todos los misterios del arte puesto que el artista es voluntad.