Desde mi perspectiva el mejor pesebre no es aquel que destaca por sus grandes dimensiones y belleza sino aquel que se construye con humildad en las casas de las familias de los creyentes. Lo verdaderamente relevante es que estamos a punto de volver a conmemorar el nacimiento del niño Dios este 24 de diciembre y con esto, la devoción de millones y millones de fieles a los cuales se nos da una oportunidad para vivir en paz este acontecimiento; mucho se ha escrito sobre el pasaje en donde San José y la Virgen María caminan en un burro hasta llegar a Belén, y en un pesebre cuando da a luz a Jesús, nuestro salvador.
En particular, la humanidad requiere de estos momentos para poder llevar adelante sus vidas, hoy quiero compartirles parte de lo que el escritor brasileño, Paulo Coelho, escribió en su libro el alquimista, el cual voy a traer a la letra:
“Nuestra Señora, con el Niño Jesús en sus brazos, decidió bajar a la tierra y visitar un monasterio. Orgullosos, todos los padres formaron una larga fila y cada uno se acercaba ante la Virgen para rendirle su homenaje, uno declamó bellos poemas, otro mostró las iluminaciones que había realizado para la Biblia, un tercero declamó los nombres de todos los santos. Y así sucesivamente, monje tras monje, fueron presentado sus homenajes a Nuestra Señora y al Niño Jesús. En el último lugar de la fila había un padre, el más humilde del convento que nunca había aprendido los sabios textos de la época; sus padres eran personas sencillas que trabajaban en un viejo circo de los alrededores y todo lo que le habían enseñado era a lanzar bolas al aire haciendo algunos malabarismos.
Cuando llegó su turno, los otros padres quisieron terminar los homenajes, porque el antiguo malabarista no tenía nada importante que decir o hacer, y podía desacreditar la imagen del convento. No obstante, en el fondo de su corazón, él también sentía una inmensa necesidad de dar algo de sí mismo para Jesús y la Virgen.
Avergonzado, sintiendo sobre sí la mirada reprobatoria de sus hermanos sacó algunas naranjas de su bolsa y comenzó a tirarlas al aire, haciendo malabarismos, que era lo único que sabía hacer.
Fue en ese instante que el Niño Jesús sonrió y comenzó a aplaudir en el regazo de nuestra Señora. Y fue hacia él que la Virgen extendió los brazos, dejando que sostuviera un poco al Niño”.
La anterior reflexión pudiésemos interpretarla de diferentes maneras, como lo dije, singularmente para quien esto escribe el día de hoy, me parece una muestra de humildad de quien hizo los malabares y de atreverse sin miedos a hacer lo que uno sabe, siempre y cuando esto sea como parte de la búsqueda de la felicidad.
En estos días de reflexión, permítanme traer a la memoria, uno de los pensamientos de Séneca, con el cual me identifico plenamente y que he compartido con ustedes en otras intervenciones y lecturas que les he dejado en mi columna “si te atrae una lucecita, síguela; si te conduce al pantano ya saldrás de él, pero si no la sigues, toda la vida te mortificarás pensando que acaso era tu estrella”.(sic) En este renglón, quiero comparar esa lucecita con la Estrella de Belén que siguieron los tres Reyes Magos y que los condujo al lugar exacto en donde sucedía el alumbramiento de Jesús de Nazareth. Sin duda alguna, lo que quiero destacar es que con la celebraciòn del nacimiento del Niño Jesús, primordialmente nos damos la oportunidad de convivir con nuestros familiares y personas más cercanas, quienes independientemente del festejo, de las viandas o de los vinos que se degusten en las mesas de las familias mexicanas, lo importante es que tengamos un corazón abierto para recibir las bondades de un nuevo momento en nuestros corazones, sin odio, rencor o violencia.
Este acontecimiento, lo hemos emulado durante 2019 años, sin embargo no podemos soslayar que en los últimos tiempos hemos vivido con una crisis de valores, en los cuales a veces hemos perdido la identidad, el humanismo y solidaridad con nuestros semejantes. Es admirable que cuando más triste y desolado te encuentras, cuando más frío tienes por la falta de un abrigo, es cuando los hombres y mujeres voltean a verte y desde el fondo de su corazón te extienden la mano para darte un apretón y acompañarte en tus momentos de ausencia y dolor, o bien, de una manera desinteresada te obsequian una cobija o un abrazo para darte calor en tu casa y con tus familias, que cuando estás de rodillas y derrotado te extienden una mano para ayudar a levantarte y éste no es nunca con el puño cerrado. Esto sucede con la magia de la Navidad, aprovechemos este impulso que nos da esta época navideña para cerrar ciclos y emprender nuevamente el camino hacia la felicidad, fraternidad y apoyo a todos nuestros semejantes.
Les quiero agradecer por todos estos años de acompañamiento y desde esta tribuna les envío solamente un deseo, que tengan felicidad, salud, amor y paz esta Navidad.