El pontificado de León XIV se empieza a marcar por una calidez humana pocas veces vista en la historia reciente de la Iglesia. Su mirada abierta al mundo, su cercanía con los fieles y su incansable actividad pastoral han hecho de él un líder espiritual profundamente querido.
Pero hay una región del mundo que seguro guarda con particular cariño su presencia: el estado de Guanajuato, donde no solo encontró hospitalidad, sino un hogar del alma. Por eso hoy, con toda justicia, podemos decir que León XIV es un Papa guanajuatense por adopción.
No son pocas las ocasiones en que el entonces obispo y después cardenal visitó municipios guanajuatenses. Ya desde sus primeros años de ministerio se sintió atraído por la calidez del pueblo mexicano, pero fue en Guanajuato donde experimentó una conexión espiritual profunda.
Las visitas a Moroleón, Uriangato, Yuriria y Salamanca, entre otros, marcaron momentos de cercanía pastoral en los que no solo predicó la palabra, sino que escuchó al pueblo con una humildad auténtica, según cuentan quienes lo conocieron en esos momentos.
Más que visitas protocolares, fueron estancias en las que caminó las calles, comió en las casas de familias humildes, fondas, y compartió misa en capillas modestas. No se trataba de un jerarca distante, sino de un pastor con olor a oveja, como él mismo diría más adelante.
Según quienes lo recuerdan, aquellas experiencias en Guanajuato forjaron en él un profundo amor por México, y especialmente por su gente sencilla, trabajadora y devota.
Ese amor no desaparece al asumir el trono de Pedro; al contrario, se hará más visible.
Seguramente, al igual que Chiclayo en Perú, ahora como Papa, León XIV ha hará referencia a la tierra que lo adoptó antes de que el mundo lo conociera.
Cuentan quienes tuvieron contacto con él que habló del Cristo del Cubilete como un símbolo de resistencia y fe, y no han faltaron referencias a las fiestas patronales, las peregrinaciones al Cerro del Cubilete o las danzas tradicionales que tanto lo impresionaron.
Para él, Guanajuato no es solo un lugar geográfico: es un recuerdo emocional, una lección de fe y un vínculo espiritual.
¿Y qué significaría para los guanajuatenses que el Papa tenga al estado en tan alta estima? Es, sin duda, motivo de orgullo, pero también de responsabilidad.
León XIV, en su primera homilía y en su primera misa, dijo algo muy importante que hoy en el mundo las personas hemos cambiado a Dios por otros dioses como son el dinero, el poder, la fama.
Le preocupa, dijo, que cada vez hay más ateos en el mundo, por lo que el trabajo misionero de la Iglesia será un elemento importante; por eso fue misionero en Perú, y de alguna forma también en Guanajuato.
La Iglesia en México y particularmente en Guanajuato ha recibido su designación papal con gratitud, pero también con compromiso renovado. Si el sucesor de Pedro reconoce la riqueza espiritual de una región, no es para la autocomplacencia, sino para recordar que la misión evangelizadora sigue vigente.
La fe, como ha dicho León XIV, no es una reliquia del pasado, sino una fuerza viva que transforma comunidades.
Hoy, cuando lo vemos en Roma rodeado de fieles de todo el mundo, hay un rincón de México que lo recuerda no solo como Papa, sino como amigo, hermano y peregrino. Y cuando hable con ternura de una tierra de gente noble y corazón encendido, sabemos que también hablará de Guanajuato.
Así pues, más allá de títulos y protocolos, León XIV se ha ganado el corazón de los guanajuatenses. Y en reciprocidad, lo hemos adoptado como paisano. Porque hay lazos más profundos que los de sangre o ciudadanía: los de la fe compartida, los del amor sincero y los de una historia vivida con humildad y entrega.
Por eso, con orgullo y gratitud, decimos: León XIV, un Papa guanajuatense por adopción.