El fuego que no muere

arturo mora
Dr. Arturo Mora Alva

“Lo que importa no son las grandes ideas de los otros, sino las pequeñas cosas que se te ocurran a ti.”

    Haruki Murakami

“Procura ser quién eres, te amen o no.”                                Fernando Pessoa                                                              

“Sé gentil. No dejes que el mundo te endurezca. No dejes que el dolor te haga odiar. No dejes que la amargura te robe la dulzura. Siéntete orgulloso de que, aunque el resto del mundo esté en desacuerdo, todavía crees que es un lugar hermoso.”.                                                                                                   Kurt Vonnegunt

   

“Escribo para que la muerte no tenga la última palabra.”           Octavio Paz                                               

 

El fuego que no muere

Adiós a la ingenuidad.  La imaginación es poderosa y la forma en que nos envuelve crea sensaciones y creencias que se inscriben lo mítico, en lo absurdo o en lo fantasioso y que si bien se cruza con la creatividad, que es la posibilidad desde la inteligencia, la intuición y el deseo de hacer nacer lo nuevo, de dar cabida a nuevas miradas para encontrar nuevas respuestas y construir nuevas e inéditas soluciones a los problemas humanos y a las preguntas de la vida, en todas sus esferas, es cierto también, que con ella vamos creando y recreamos la idea falsa de que somos intocables o invencibles ante las adversidades que la sociedad actual nos presenta.

El mal existe, y la vieja pugna sobre si el hombre es el lobo del hombre sigue estando presente. Una de las cosas que nos hace humanos, lamentablemente es todo aquello que hacemos en contra de la propia humanidad, en contra de cada ser vivo, en contra de la naturaleza.

La crueldad es un atributo que nos pertenece exclusivamente como especie, pese a la inteligencia y pese a la historia. Una inteligencia que se deja seducir, cooptar y comprar por el dinero, la ambición y el poder, y a su vez por una falta de memoria colectiva y una negación de la historia, en donde la repetición se convierte en síntoma de un inconsciente colectivo que instala el dolor y el sufrimiento como condición de castigo y culpa con la que se busca redimir lo inaceptable, la maldad y culpa.

Las experiencias desde las acciones deshumanizantes que realizamos, permitimos y toleramos nos dejan sin conciencia, y nos movemos en una pretendida inocencia y en una ingenuidad que es la más de las veces sinónimo de ignorancia. La visión judeocristiana y la cultura occidental instalaron el arrepentimiento, la penitencia y el perdón como formas de expiar la culpa y la responsabilidad y le apostaron a la razón para crear argumentos e ideologías para justificar la guerra, la explotación, la segregación racial, la pobreza, la enfermedad, la exclusión a lo diferente, el patriarcado y ha creado un gran sistema que premia la obediencia, promueve la ignorancia y festeja la ingenuidad, en la que hoy es animarnos a ponernos en un lugar de víctimas, a colocarnos en el lugar de una inocencia que busca tener excusas, pretextos y justificaciones para no asumir la responsabilidad de hacernos cargo de lo que hacemos, de lo que somos y de lo vamos haciendo.

Ponerse en el lugar de víctimas es lo más fácil, ahí, no hay ningún compromiso con el otro, con los demás. Ponernos en lugar de las víctimas es lo humanamente deseable, la empatía de sentir desde el otro, con los otros, es lo que nos puede dar la posibilidad de movernos de la zona de confort y de dominación que la sociedad capitalista de mercado busca sostener y en la que las estructuras culturales, sociales y económicas crean y refuerzan la condición de sujeción, de súbditos, de ser explotados y hoy, también, de ser un auto explotados en la lógica del éxito individual y del narcisismo social que el mercado vende como panacea de la felicidad.

La rebeldía es la posibilidad dejar a tras la ingenuidad con la que nos movemos día con día y esa rebeldía solo se nutre desde el desarrollo del pensamiento crítico y de la voluntad de querer perder la inocencia y enfrentar en los hechos todo aquello que nos hace dóciles, conformistas y que en ese poder llegar a ser conscientes, nos obligamos necesaria y  éticamente dar sentido y valor social a la comunicación, al diálogo y la construcción de acuerdos, de consensos y a la posibilidad de crear nuevos mundos posibles.

El problema es que el tiempo vuela y la factura y el saldo civilizatorio cada vez es más grande y más complejo. Entre la opulencia unos pocos y la miseria de las mayorías. Entre el abuso del poder y la desigualdad ante la falta de la vigencia de derechos humanos. Entre la malicia de unos pocos, y la ingenuidad de miles de millones.

Anatole France escribió: “Todos los cambios, aún los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía; porque aquello que dejamos es una parte de nosotros mismos: debemos morir una vida para entrar en otra” y a veces, “morir” en el sentido figurado, esto es, dejar a tras discursos y creencia eso se convierte en una loza pesada en lo personal y en lo colectivo. Es más fácil seguir con la lógica de “más vale viejo conocido que nuevo por conocer” con la que se instala el miedo al cambio y se crean las visiones conservadoras y defensoras a ultranza de lo establecido.

Prometeo, tragedia griega de Esquilo, cuenta que él es un Titán que tomó el fuego de los dioses y se lo dio a la humanidad. El castigo que le dio Zeus, fue la ser encadenado para ser devorado por un buitre eternamente por la osadía de dar algo a la humanidad y porque predice que el propio Zeus será destronado y desde entonces el miedo al castigo eterno se ha usado para crear sometimiento y control social por parte de las instituciones religiosas y del estado.

El cambio es la constante. La lucha entre mantener el estado de cosas y el cambiar el mundo es la forma en que la humanidad ha avanzado en apenas 10 mil años de existencia del homo sapiens. Parece ser que el mercado sí aprendió y el capitalismo usa y explota desde sus intereses, la idea de que se cambie todo, mientras sean solo  productos, cosas, y servicios, mientras se cambie para consumir más, mientras se proteste comprando y mientras se acepte la desigualdad como destino, mientras que la obsolescencia programada se siga naturalizando y mientras  que el fuego que nos dio Prometeo solo sea para dar calor, para cocinar, para calentar agua para bañarnos, y que el fuego no sea utilizado para incendiar las conciencias, para alumbrar el camino de la libertad y la justicia, y que pese a todo, tenemos la esperanza de hay fuego que no muere.

En lo individual, habrá que dejar ser ingenuos. Habrá que rehuir a la ignorancia. Habrá que tomar conciencia del ser que somos y habrá que hacer introspección personal. Mario Benedetti escribió “Pausa” que invita a pensar y no instalarnos en el conformismo y en la ignorancia de nosotras, de nosotros mismos:

“De vez en cuando

hay que hacer una pausa

contemplarse a sí mismo

sin la fruición cotidiana

examinar el pasado

rubro por rubro

etapa por etapa

baldosa por baldosa

y no llorarse las mentiras

sino cantarse las verdades”.

Albert Camus escribió: “Cada grito de hermandad que lanzamos se pierde en el aire y vuela a los espacios sin límite. Pero ese grito, llevado día tras día por los vientos, llegará por último a uno de los extremos de la tierra y resonará largamente, hasta que un hombre, en alguna parte, perdido en la inmensidad, lo escuche y feliz, sonría”.

Esos gritos son fueguitos que incendiarán las injusticias e iluminarán la vida. Ese es el fuego que no muere, el que nace desde la sororidad, la fraternidad, la libertad y la igualdad y que nos permitirán decir adiós a la ingenuidad.