El esplendor de la lengua española visto

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

Nuestro querido y admirado maestro Arrigo Coen (1913-2007) insistía desde su tribuna de Sentidos y significados (2002) sobre la voz idiolecto, del griego idios, ‘propio’, ‘particular’, m. Ling. Conjunto de rasgos propios de la forma de expresarse de un individuo.

Es decir, el término nombra la manera de hablar, propia de un individuo, considerada en lo que tiene de irreductible a la influencia de los grupos a que pertenece ese individuo, según consigna el Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje.

Si bien nuestra lengua española no se estringe «aprieta» como tal, al contrario, se propaga según el hablante y su práctica cotidiana hace florecer la expresión al máximo, en el caso del escritor, que dicho sea de paso tiene una función social múltiple o multifacética que deriva en la respiración y conlleva al ejercicio de la libertad y luego a escribir con verdad; encuentro en este libro el suficiente resuello para llegar al arte literario que cultive al lector para sacarlo de su marasmo. (Usigli: 1967).

Recordemos que los lectores están en peligro de desaparición (Harold Bloom dixit) pero sin duda el escritor los contagia de su buen verbo convertido ahora en escritura correcta pero aún más en escritura bella: irrupción vital que conlleva a comunicar mejor a través del lenguaje.

Por ello sigamos entonces a Arrigo Coen cuando postula que para que comunique, el lenguaje debe ser lo más inequívoco posible.

Esto se cumple a carta cabal con El esplendor de la lengua española de Francisco González ya que su autor —ensayista y poeta que fue y vino a Corinto con ganancia— glosa señas particulares, desde los límites de las estructuras filológicas, a su vez lúdicas, que su juicio le permiten para cumplir lo que bien citaba Carlos Fuentes: «Toda gran obra literaria nos propone la salvación mínima de la palabra».

Así pues, nuestro idiolecto amigo estimula con conocimiento de causa lo anterior y nos conmina a los hablantes a ser partícipes de su emoción creadora, primero, desde la buena lectura, y, segundo, desde su función social como buen practicante de la lengua de Nebrija.
Aquí los vientos no paran como tampoco el cielo se inclina ya que escribir bellamente requiere de originalidad y de práctica de las dicciones comunes donde se conjuntan voluntades de todos.

De la misma forma volvemos a la rectificación del español que hablamos por el Bajío y en México como tan bien a la recuperación de los lectores residuales (bien salvados por Bloom) que acumulan, muy en el fondo, un acervo de palabras venidas del griego, del ladino, del castellano oculto (hablo del leonés), que nos hacen regresar con el respaldo de Corominas al buen diálogo.

Lo mismo nos da un certero aval El habla de Guanajuato (1960; 2006) de Peter Boyd-Bowman quien realizó un estudio comparativo en la región (1948-1952) con los hablantes, siguiendo el Cuestionario lingüístico hispanoamericano de Tomás Navarro y descubrió que por estos lares se habla el mejor español de toda Hispanoamérica. Asunto que muchos desconocen, incluidos los grupos que ahora demandan un lenguaje inclusivo.

Tales grupos que confunden por cierto la búsqueda de identidad con la de entidad no llegan a entender la filología nuestra de cada día y menos la siguiente gracejada:

—¡Qué dice la calor!

—Dice que es masculino.

Seguro que los discentes de la lengua española sabrán apreciar la circunstancia (´lo que está alrededor’) de los subrayados que nos propone esta tarea. O, dicho de otra manera, para que los hablantes de la lengua no perdamos los bártulos del castellano y sepamos bien comunicar es necesario atender esta obra con precisión.

Sea bienhallado este libro de aproximaciones filológicas que nuestro autor nos convida, a manera de oleaje ínfimo, pero incesante ya que nos acerca, de manera justa, a la historia de la andadura del español de todos (los 550 millones de hablantes que somos en el mundo con sus distinguidas variantes).