La redacción de la Constitución de 1917 fundó el México moderno. Su hechura es el acto formal e indispensable, que encontraron los diversos grupos de la época, para cesar las hostilidades y la guerra.
Para ello adoptaron un acuerdo explícito: someterse al estado de derecho.
Quienes pactaron la paz, no eran simplemente adversarios, eran auténticos enemigos que se habían enfrentado hasta la muerte. La lección central es que cuando la política falla, la violencia estalla.
En el Constituyente esgrimieron todos sus argumentos, confrontaron sus visiones de país, y desahogaron sus agravios. En el histórico teatro de la República de Querétaro, tras intensos debates los mexicanos llegamos a acuerdos y superamos pociones extremas. Lograron nuestros antepasados un consenso toral: todos por igual habremos de someternos a la ley.
La constitución -se dijo entonces- sería el espacio donde se resuman las visiones plurales y ricas, por diversas, del porvenir mexicano.
Y es paradójico, aunque es un documento revolucionario, no avasalla, al contrario, concilia.
Las reflexiones anteriores son parte del discurso del gobernador panista, el anfitrión que sin duda dirigió el mejor y más respetable mensaje. Algunos aseguran que esa distinción se la llevó la nueva presidenta del máximo tribunal del país. Pero les gana su enojo, fobias y mal humor.
Kuri, a quien ni conozco, lanzó el mensaje central: basta de división, ya “chole” con las diferencias y la maldita polarización. Y sí, que se escuche hasta Palacio Nacional, y hasta la más modesta y alejada de las casas mexicanas.
Se entiende la pasión política, los intereses económicos, la lucha por el poder, pero no podemos continuar enfrentados.
Escuchemos al gobernador y releamos su texto que habla de las aspiraciones de la Carta Magna: nadie ni nada por encima de la Constitución. La ley suprema es a pesar de la voluntad de los que mandan, de los anhelos de las facciones, o de las añoranzas de los poderes fácticos. No permite atajos, planes o procedimientos legislativos para violentarla.
La pieza de oratoria de Mauricio es de avanzada; muchos votantes, y mandantes la comprendimos en su justa dimensión, aunque desgraciadamente los mandatarios no la quieren atender. Los que mandamos somos los ciudadanos, todos ellos (los bien trajeados y perfumadas) son nuestros empleados.
La Constitución es nuestra columna vertebral. Es el motor del sistema político. La democracia dijo el líder del Bajío, es el sistema más elevado de expresión de las libertades políticas. No hay libertad, sin democracia.
La otra aspiración de la Constitución es la Justicia Social. Y ahí, el mandatario de Acción Nacional volteó a ver al Presidente López Obrador, para hacerle un homenaje, aceptando que tenemos rezagos históricos vergonzosos y muy lamentables. “En los años recientes se han realizado es esfuerzo sin precedentes, para distribuir apoyos a los más necesitados, con ello pretendemos cumplir el otro anhelo: un México más justo, igualitario y solidario.”
La democracia que no es libre, se marchita. La libertad que no se ejerce, se pierde. La mejor manera de celebrar la Constitución es respetarla.
Los tiempos que vivimos nos urgen a restablecer la convivencia pacífica y respetuosa como método para alcanzar el consenso. “Es momento de hacer énfasis en todo aquello que nos une y hermana.”
Tiene razón el discreto gobernador de Querétaro. El mejor discurso no fue de Norma Piña.