El cronista de Didac

Juancarlos Porras y Manrique, promotor cultural, escritor, poeta, cronista de la ciudad y columnista Platino.

El rumoroso, fiel a su costumbre, suelta una serie de conceptos que acomodan a la ocasión del Mensaje. Habla con su verdad como buen socio del ajedrecismo político: juega para fingir ser un peón más del tablero que sabe cumplir su tarea: proteger la memoria oficial. Apunta que la “planeación y visión” de tres décadas hacen que este “futuro siga siendo una tierra de oportunidades”. Se siente un severo contador del tiempo donde los vientos vertiginosos pueden ser aplacados con su Palabrería.

No tiene medida la Palabra. Sino su palabrería como triste profecía. Por supuesto que la Historia se lo traga ya que insinúa el cuchicheo de las palabras. Al posible espectador lo duerme con aquello de: “(…) no es en dónde vamos, sino a dónde vamos, el pensar en el futuro es lo que nos distingue…”. Y reitera su apoyo eterno a los señores del ajedrecismo político. Se siente figura plena del ajedrez. Más cuando posa como hábil jugador.

Murmurante apela a la semilibertad de cátedra que dice tener. Pero está a muchos pasos de la Libertad verdadera en cuanto a la crónica del diario cotidiano de una ciudad como la nuestra, Pedrones, y más del Estado de Plan de Abajo, donde, el eje de un pueblo es el individuo. O mejor aún el ciudadano crítico que sabe resolver cualquier situación compleja que se le presente. De allí que “la conciencia sea el único poder que no avergüenza”, lo tenemos presente los abajeños.

¿Dónde están los rostros del beneficio que tanto propaga el comentarista? Porque los reunidos en torno a Didac son meras muestras de cifras y no de pueblo. Los apoyos federales, distribuidos a más no poder, son el miedo de los tiempos que vivimos. Se teme al bienestar de todos. Porque todos son mortales, dicen ellos, pues la inteligencia no es para los pobres sino para los que somos congruentes con la Palabrería de que grandeza es destino: manifiesto doctrinario que detenta el poder y provoca la envidia, así como la rabia de los de abajo, los peladitos que no aspiran a nada sólo al chin chun chan.

Los parásitos viven abajo porque quieren. Sólo esperan el regalo de quien, desde arriba, los alimenta como a simples rémoras. A los de abajo no les importa el cuerpo de la belleza como tampoco la salvación de su alma. Son enemigos de la Belleza. No les interesa saber de Alta cultura porque no tienen dinero para pagar un buen lugar en la ópera de todos. Son el rostro agobiado del mexicano fracasado donde los historiadores no se dan abasto por tanta veracidad que tienen a la vista.

El cronista de Didac masculla desde su cuadrante en el tablero de ajedrez. Le gusta la historia angustiada del alma de un extraño ser llamado pueblo. Fabricante de crónicas, algo peculiar, él escribe otra historia. Una que bien acomoda de manera vitalicia: es alegre de por vida.