“Los tiempos difíciles han ayudado a hacerme comprender mejor lo infinitamente rica y maravillosa que es la vida y que muchas cosas que nos preocupan no tienen la más mínima importancia.” Karen Blixen
“Cuando eres un árbol que creció en el concreto. Tienes que ser amable contigo mismo, porque no vendrá ningún jardinero…” Ricardo Rivera
“Escribo como si fuera a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida.” Clarice Lispector
“La flor del cerezo es el símbolo de lo efímero. Se abre en una noche, florece unos días, y desaparece para siempre, no se puede detener.” Doris Dörrie
“Donde la luz es más brillante, las sombras son más profundas.” Goethe
“Existe una cita. Aún sin fecha ni hora para encontrarnos. Yo ahí estaré puntual. No sé si tú…” Julio Cortázar
“He gastado mi vida en olvidarte y recordarte, en huirte y perseguirte.” Octavio Paz
“Nuestro principal propósito en esta vida es ayudar a otros. Y si no puedes ayudarles al menos no les hagas daño.” Dalai Lama
Tomo prestado el título de un libro* del filósofo francés André Comte-Sponville, quien, en un ejercicio a través de entrevistas, explora desde el diálogo la relación inseparable entre el amor y la soledad. Ese fue el primer libro que leí de él, al que siguieron otros, todos con un estilo reflexivo que busca responder las preguntas de la vida en estos tiempos de inicio de nuevo milenio.
Es claro que la díada que plantea es sencilla de expresar, pero encierra una serie de elementos que se enfrentan a cosmovisiones y tradiciones sobre lo que es el amor —especialmente el amor romántico— y sobre la soledad, como si esta fuera algo no deseado, incluso dañino. Ambas categorías, una en forma de verbo y la otra como sustantivo, tejen una interacción necesaria para intentar comprender cómo las necesidades y deseos de estar socialmente con otros, desde los vínculos afectivos, se confrontan con la necesidad de la singularidad del individuo. En este sentido, la soledad se revela como un camino hacia el autoconocimiento, la afirmación de la identidad propia y el diálogo interior y reflexivo que se necesita para “ser en el mundo”, como lo propuso Heidegger.
Para Comte-Sponville, el amor y la soledad son dos caras de la misma moneda, esenciales para una vida plena. Desde su experiencia de vida y el estudio de la filosofía, ha aprendido que ambos conceptos están intrínsecamente ligados y que no son opuestos. Para él, la soledad no es un vacío que deba llenarse con cualquier cosa superficial —como lo promueve el mercado capitalista—, donde estar solo equivale a estar vacío. Esta lógica de consumo hace creer que ese vacío debe llenarse con productos: ropa, calzado, música, ejercicio, comida, sexo, entretenimiento… Se vende la idea de que estar en soledad es inadecuado, aunque se explota simultáneamente el individualismo como otro principio para ampliar las ventas.
Hasta el último tercio del siglo pasado, la mercadotecnia veía a la familia como el objetivo del consumo. Muy pronto entendió que la clave era pensar en los individuos y en los segmentos de mercado, diferenciando y vendiendo productos específicos para cada miembro de la familia: artículos especiales para bebés, productos para la infancia, adolescencia y adultez —jabones, shampoos, cremas corporales, alimentos— además de moda en ropa y accesorios. Así surgieron miles de productos con el sello de lo singular, de lo individual, desde ropa de cama con estampados personalizados hasta productos “rosa” con sobreprecio. Paralelamente, se fueron desarrollando y potenciando identidades culturales con estilos particulares de ser, que implicaron formas propias de vestir y consumir para diferenciarse de otros grupos.
Por otra parte, estamos viviendo un gran cambio en los patrones y recursos de las relaciones interpersonales. Aunque persisten ideas fijas sobre el amor y el enamoramiento, con una fuerte carga de visiones y tradiciones asociadas a un modelo de familia y a la exaltación del amor romántico occidental, también hemos visto cambios importantes en las estructuras familiares. Se han configurado nuevas formas de conformación familiar, diversas y visibles, que ya existían incluso dentro del modelo ideológico dominante basado en una visión católica.
El amor, por tanto, está tomando nuevas expresiones de lo afectivo y se inscribe en un mundo que promueve el placer, el no sufrimiento y una confusión persistente: que el “otro” debe hacerme feliz si dice que me ama. Este sistema construye dependencias y codependencias que niegan al sujeto mismo, sin comprender la singularidad de las personas. Solo al reconocer que las personas son individuos como tales, se puede participar en una relación amorosa auténtica. El amor y la soledad se experimentan individualmente, y es en la experiencia amorosa donde cada uno puede enriquecerse.
Es importante aceptar que el amor, como experiencia de vida, es limitada. Comte-Sponville argumenta que, aunque profundo y significativo, el amor es inherentemente limitado y no puede llenar todas las necesidades o deseos de una persona —ni del uno ni del otro. Esto implica reconocer que, incluso en las relaciones más amorosas, persiste una cierta soledad existencial.
Dar cabida a la soledad como parte inherente del autoconocimiento es vital. La soledad puede ser una oportunidad para la introspección. Comte-Sponville no aboga por una soledad impuesta o dolorosa, sino por momentos de reflexión personal que permitan una mejor comprensión de uno mismo y, por ende, una relación más auténtica con los demás. Las experiencias de vida que no se reflexionan quedan como anécdotas sin sentido y generan un desasosiego que se traduce en vacíos.
En las relaciones amorosas de pareja, la soledad está presente como una realidad necesaria para mantener la propia individualidad y el espacio personal. Reconocer y respetar esta soledad —poder hacer cosas por separado, tener aficiones, actividades, gustos propios, tiempo y espacio individual— es fundamental para una relación sana y duradera.
Para este filósofo francés, el amor es aceptación de la imperfección. Comte-Sponville destaca que amar implica aceptar al otro con sus imperfecciones y limitaciones. Esta aceptación se extiende a la soledad necesaria en cada ser humano, al comprender que nadie puede llenar por completo el vacío existencial del otro.
La posibilidad de vivir la experiencia de la soledad, saber estar con uno mismo y poder hacer introspección es, de alguna manera, una preparación para el amor. La capacidad de estar solo y sentirse completo en la propia compañía fortalece la capacidad de amar a los otros de manera más genuina, desde la claridad del autoconocimiento. La soledad, en este sentido y bien llevada, permite cultivar la autonomía y la independencia emocional, lo que facilita una relación más equilibrada y enriquecedora, como lo reflexiona y propone André Comte-Sponville.
Poder pensar en el amor y la soledad, se hace imprescindible en estos tiempos de hiperconsumo, de soledades que se mitigan con cosas, con drogas, con sexo, con compras, con adrenalina, con hedonismo y egoísmos de amores que aíslan, apartan, pervierten y van eliminando libertades y trastocando la independencia y la autonomía de las personas y ponen freno a la dicha y a la felicidad que se comparten, que van cancelando la solidaridad -fraternidad y sororidad- tan urgentes en esta sociedad de la era de la información y de la era del vacío, que oscila entre Manuel Castells y Giles Lipovetsky, y es un péndulo entre el Laberinto de la soledad de Octavio Paz y el Hombre en busca de sentido de Viktor Frankl.
*El amor, la soledad: entrevistas con, Patrick Vighetti, Judith Brouste, Charles Juliet André Comte-Sponville. Editorial Paidós, Paidós contextos, 68, Barcelona, 2005, ©2001