Del amor y otros instantes

“Llegamos al amor no encontrando a la persona perfecta, sino aprendiendo a ver con perfección a una persona imperfecta.” Sam Keen
“Cada uno da lo que tiene en el corazón, y cada uno recibe con el corazón que tiene.” Oscar Wilde
“Los verdaderos paraísos son los que hemos perdido. El encanto de una tarde junto al mar, de un rostro vislumbrado al atardecer, no reside en lo que vemos, sino en lo que recordamos, en el temblor del deseo que se desvanece al nacer. Solo el pasado es real; todo lo demás no es más que una promesa o una sombra.” Marcel Proust
“Tengo miedo de creer que el amor es tan sólo un poema inventado por mí.” Gloria Fuertes
“A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto qué hay que alcanzar.” Franz Kafka
“¿Crees que acaso te he preguntado si tú me quieres? Yo no pretendo que tú me quieras; sólo deseo saberte cerca, y que, en silencio, de vez en cuando, me des tu mano.” Hermann Hesse
“Yo no le tengo miedo a nada, pero todavía no me explico por qué tiemblo cada vez que te veo.” Jaime Sabines
“No quiero que me mires, quiero que me sientas. Mirar es cosa demasiado humana, pero sentir, eso es cosa del alma.” Bea Caspar
“El amor es también eso: lo que un día fue canción, ahora es silencio”. Elvira Sastre
“Al final – dijo, Layla- Aprendemos a vivir no porque la vida sea justa, sino porque nos cansamos de seguir buscando culpables…” Gian Franco Huacache
“Trato de escribir en la oscuridad tu nombre. Trato de escribir que te amo. Trato de decir a oscuras todo esto.” Jaime Sabines
“Mil y una noche después… -Ahora lo sabes – Le dijo Scherezade a un Aladino cansado por los años…La verdadera lámpara de los deseos, ha sido siempre, tu propio corazón…” Ana Clavel
“El dolor más grande que una persona puede soportar no es el hambre, la pobreza o incluso la muerte, sino el amor en un mundo que no reconoce su amor: dar su corazón por completo y recibir sólo vacío y silencio a cambio. Dentro de nosotros, llevamos una contradicción aterradora: buscamos el amor, pero le tememos; anhelamos la cercanía, pero huimos de él; adoramos al otro, pero dudamos de ellos.” Fiódor Dostoievski
“Para cuando la razón entiende lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas.” Carlos Ruiz Zafón

La vida está hecha de instantes y de amores. El amor es un verbo. No es un sentimiento en sí mismo. La abstracción en el amor no existe, y lo sublime que enaltece al espíritu es una experiencia, la mayoría de las veces, inefable, que tiene una temporalidad medida en instantes. ¿Cuánto dura un instante? ¿Cuánto dura el amor? ¿Hay instantes que son eternos? ¿Hay amores que son perennes? ¿Vivimos a base de instantes? ¿Nos sostenemos en la vida por amor?

Escribe Sándor Márai: “Dejas pasar el instante y ya no puedes hacer nada. Porque también existe eso, el instante: el tiempo trae y se lleva las cosas, de manera arbitraria, y no somos solo nosotros quienes ponemos nuestras acciones y sus circunstancias en el marco del tiempo. A veces ocurre que el instante trae una posibilidad, y esa posibilidad tiene su momento exacto, y si el instante pasa, ya no puedes hacer nada de nada.”

¿Acaso somos cautivos del tiempo y del amor? ¿Qué vamos revelando al vivir, al sentir y al pensar desde la experiencia, que de por sí es subjetiva, personal, intransferible, salvo por la pretensión poética? ¿Qué es lo que anima la existencia humana?

Transitar la vida implica un proceso muy complejo. Las emociones y los sentimientos los vamos experimentando y descubriendo de formas inesperadas. La posibilidad de reflexionar sobre ellos se confronta con la razón y, muchas veces, con la cultura, junto con sus expresiones basadas en la moral, en el deber ser, en las normas impuestas, en los ritos, costumbres y mitos, muchos de ellos cargados de ingenuidad y otros tantos de ignorancia, producto de los sistemas de creencias que hemos inventado como asideros para justificar la existencia y las formas de vivir y convivir.

Hoy, en muchos sentidos, es necesario trabajar en el amor. Cada esfera de la condición humana asociada al amor requiere voluntad y deseo. Es necesario ejercitar el amor a la humanidad, que puede parecer abstracto e incluso ajeno a nosotros si, por ejemplo, no sentimos algo de compasión ante lo que vimos y vemos en el genocidio sucedido en Gaza, o si dejamos de compadecernos ante los arrestos injustos y la separación de familias que practica el gobierno de Trump con las y los migrantes, o si no comprendemos con empatía la situación por la que pasan miles de familias afectadas por las lluvias torrenciales en nuestro país.

Es urgente recuperar el amor como práctica cotidiana en los ámbitos de las interacciones humanas: la familia, los amigos, la pareja, las y los compañeros de trabajo, de estudio, de grupo. Porque el amor se ha vuelto una mercancía, y su idealización provoca parálisis. Por una parte, ya no se sabe cómo ser solidario, empático, amable y, a la vez, respetuoso, tolerante, incluyente, sin prácticas de discriminación. Por otra, hay una distorsión de los afectos asociados al amor: el amor a los hijos e hijas o a la pareja se envuelve en expresiones de violencia intrafamiliar bajo pretextos o justificaciones inaceptables, que reproducen formas de poder poco relacionadas con afectos centrados en la crianza, el cariño, la comprensión, el diálogo, la ternura y el entendimiento humano, en aceptar la diferencia como un principio ontológico de las personas.

Amar lo que se hace es cada vez más difícil en una sociedad que parece ver el trabajo y el estudio como una obligación, y donde los beneficios obtenidos poco tienen que ver con vivir con dignidad, sin frío, sin hambre, con salud y con oportunidades reales para disfrutar del mundo, de la naturaleza, de esos instantes que nos permiten tener consciencia y valorar nuestra existencia. Las prácticas sociales para evadir la realidad se han convertido en mercancías: el alcohol, el tabaco, las drogas, el porno, el entretenimiento y el internet, con todas las redes sociales y las prácticas cibernéticas que ahí suceden. Hoy vemos deportes en lugar de practicarlos, y las pantallas son los nuevos espejos que se nos dan a cambio de nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestra consciencia.

Amar el conocimiento, regresar a la filosofía, buscar la sabiduría es cada vez más difícil. La sociedad de mercado ha convertido el saber en algo que se consulta. Resolver las preguntas de la vida es hoy una función asignada a la inteligencia artificial. La curiosidad se ha reducido a una habilidad para hacer búsquedas de información, y no a un proceso mental que pone en juego la observación, el análisis, la reflexión, la deducción, la inferencia, la producción de saberes y la construcción de conocimientos. La crisis de los sistemas educativos así lo refleja. La movilidad social es muy limitada, tanto desde la meritocracia como desde el acceso a oportunidades reales de estudio. Las restricciones de acceso al saber hoy pasan por las tecnologías de información y por los equipos necesarios para conectarse, que se vuelven obsoletos en poco tiempo, además del gran negocio que representan los servicios digitales de información.

El amor propio es todo un tema que va más allá de nombrarlo. Conocer quiénes somos, aceptar nuestra historia y trayectoria, poder lidiar con lo que hemos sido, con las formas de vincularnos, de aprender a querer, a convivir, a sentir, a pensar y a amar, es complejo. No basta con declaraciones de buena voluntad, porque conocernos implica vernos desde la otredad, saber lo que no vemos de nosotros mismos, tener la oportunidad de tomar consciencia de sí y de integrar nuestra historia para dar sentido a lo que hacemos con lo que somos y con todo lo que podemos ser. Si algo tiene el amor, es que es ahí donde vamos encontrando eso que nos hace sentir placer, alegría, felicidad, dicha, lo que deseamos; y también es ahí donde descubrimos lo que nos disgusta y lo que detestamos. Amar es un verbo, es un hacer, son hechos más allá de palabras y declaraciones, y es en las acciones donde vamos encontrando el amor propio.

Lía Risco dice: “No hay tal cosa como amores equivocados. Hay amores difíciles, amores imposibles, amores desesperados, pero no amores equivocados. Hay tan poco bien alrededor, que cualquier sentimiento que surge del corazón solo puede ser una caricia. Y no existen las caricias equivocadas…”

Hoy sabemos que la vida son instantes y son amores. El problema es que no estamos dando espacio ni tiempo para valorar ambas cosas. La sociedad actual busca la satisfacción inmediata, sin permitir la contemplación de esos instantes maravillosos, efímeros e inefables: un atardecer, una alborada, un beso fugaz, un sobrecogimiento ante la injusticia, unas lágrimas por las ausencias, el olor de un bebé, la satisfacción de ver a un hijo cumplir una meta o un sueño, el aroma de un café, el gozo de ver una obra de arte, escuchar una melodía que eriza la piel, sentir el perfume de una persona amada, un poema que estremece el corazón, probar un alimento que convoca a la memoria, ver la luna, sentir el sol en la piel, imaginar formas en las nubes, ver un cometa, sentir la magia de la luna y las estrellas, estremecernos con un poema, sentir un abrazo, reír por todo y por nada, extrañar a una persona que quisimos, ver unas flores, sentir la magnitud del océano, abrazar un árbol, tomar agua fresca a sorbos, tirarse en el pasto, soñar con un mundo mejor, esos y otros miles de instantes, y muchos amores son los que necesitamos para ser personas plenas y humanas, de eso debería ir la vida.