De finales y de inicios

Con el tiempo que vamos viviendo, nuestra consciencia es memoria y es lenguaje

Los libros son los únicos objetos del mundo capaces de realizar el milagro imposible: vencer al tiempo.” Cristina Pacheco
“Una biblioteca es la más democrática de las instituciones porque nadie, pero nadie en absoluto, puede decirte qué leer, cuándo y cómo.” Doris Lessing
“El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros. Y, en menor grado, las escuelas.” Marguerite Yourcenar
“A veces te pienso tan fuerte que creo que puedes oírme.”Carlos Sadness
“Hay todo tipo de amor en este mundo, pero nunca el mismo amor dos veces.” Scott Fitzgerald
“Sé un arcoíris en la nube de alguien.” Maya Angelou
“El azul no hace ruido. Es un color tímido, sin segundas intenciones, ni presagios ni proyectos (…) que se infiltra por las rendijas, se instala en lo profundo de las cosas.” Jean-Michel Maulpoix
“La lección más difícil que he tenido que aprender como adulto es la necesidad implacable de seguir adelante, sin importar cuán destrozado me sienta por dentro.” Ernest Hemingway
“Si es correcto, sucede. Lo principal es no apresurarse. Nada bueno se escapa. ” John Steinbeck
“Dicen el mundo sea de quien madruga. No es cierto. El mundo es de quien está feliz de levantarse.” Mónica Vitti
“Me he reconstruido tantas veces, que las ruinas dejaron de ser un final trágico. Ahora son el lienzo donde pinto nuevos comienzos, con más fuerza, sabiduría y esperanza.” Vanina Heredia
“Quería volver a ser niña, porque las rodillas raspadas se curan más rápido que los corazones partidos.” Clarice Lispector
“Todo lo que haces vuelve a ti, como el eco en la montaña.” Proverbio ancestral
“Si tus dificultades no te hacen crecer, y no te ponen en un estado de euforia energética, sino más bien deprimido y amargado, sepa que no tienes vocación espiritual. ” Emil Cioran
“El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento”. Albert Camus

Se va un año más. Las hojas finales del calendario se desprenden casi al mismo tiempo que las últimas hojas que caen en otoño, que ya se ha ido. El solsticio de invierno hizo su entrada hace unos días y la estación más fría del año en el hemisferio norte llegó; con ello, las siguientes noches irán perdiendo gradualmente la oscuridad alcanzada por el movimiento de rotación de la Tierra y por la inclinación de su eje. La cuenta astronómica en la traslación de la órbita terrestre se cumple: un año concluye y, en instantes, comienza uno nuevo. Con ello se renueva la azarosa fortuna de nuestra existencia sobre el planeta.

El año se va y los saldos aparecen. La hoja de balance tiene sus registros en la mente, en el corazón, en el cuerpo. El tiempo no se detiene y el devenir propio hace de las suyas. La vida sigue, pero pareciera que necesitamos saber que podemos contar el tiempo: es una especie de límite imaginario ante la inmensidad del universo y la historia del tiempo mismo. Aun siendo fugaces —o quizá por eso mismo— medimos nuestra existencia en años de forma arbitraria y nos colocamos, si es posible, humildemente dentro del calendario cósmico.

Lo cierto es que la vida es una experiencia única, irrepetible y, si lo deseamos, trascendente, siempre que tomemos conciencia de nosotros mismos y de nuestro actuar en el mundo que nos tocó vivir. Seguramente “Inspirarás a algunos y provocarás a otros. Ambos son medicina…”, escribió Lía Risco como una forma de dimensionar nuestra presencia en relación con los demás. Somos una construcción social y la evolución humana solo es posible con los otros, incluida la inteligencia y las capacidades para comunicarnos y sobrevivir como especie.

Con el tiempo que vamos viviendo, nuestra consciencia es memoria y es lenguaje; es ese otro que nos constituye, porque todo está dicho por alguien. De lo que se trata es de recordar con la claridad de que todo recuerdo está cargado de emociones, sentimientos e ideas propias. Ernesto Sabato señaló: “Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza”. Y Mariana Enríquez dijo: “Los recuerdos nunca llegan en los momentos predecibles, son como esos gatos que duermen al sol tan tranquilos, pero que, cuando uno se atreve a acariciarles la panza, lanzan un rasguño directo a los ojos”.

En cualquier caso, la vida es actuar en el presente y poder añorar lo vivido, con la trágica condición de que, si recordamos momentos felices, la nostalgia aparece por lo que ya fue; y si evocamos el dolor que nos cruza, las posibilidades de que la tristeza nos envuelva en su manto crecen. En ambos casos, saber que esa es nuestra historia y que nada podemos hacer para cambiarla, pero sí podemos hacer una narración que dé sentido a la vida presente. Cada vez que volvemos al pasado, la memoria se transforma y nosotros con ella.

Tomar consciencia de uno mismo es hacernos cargo de la vida que tenemos: “Tengo apenas una vida y en ella solo tengo una oportunidad de hacer lo que quiero. Tengo suficiente felicidad para hacerla dulce, dificultades para hacerla fuerte, tristeza para hacerla humana y suficiente esperanza para ser feliz”, sentenció la escritora Clarice Lispector. Y como escribió Stanislaw Lem: “Los seres humanos no desean la inmortalidad, quieren vivir […] Quieren sentir la tierra bajo sus pies y ver las nubes por encima de su cabeza, amar a otras personas, estar con ellas y pensar en ellas. Nada más”.

La vida está hecha para amar, para enamorarse y sucumbir ante la pasión de un amor, y de eso que nos motiva a ser uno mismo: la ciencia, el arte, la curiosidad, el trabajo; en fin, todo lo que nos hace, al final de cuentas, humanos, aunque esté marcado por el azar y la incertidumbre: “Nunca sabemos exactamente qué es lo que nos enamora de una persona, pero una mirada, una palabra, una sonrisa de pronto nos tuerce la vida y ya nunca volvemos a ser quienes fuimos. (…) Los humanos somos tan frágiles que aun lo que no sabemos nos puede cambiar la vida”, plasmó Mempo Giardinelli.

Todos los actos que nos llevan a intentar comprender la ontogenia del ser nos conducen a la reflexión, a pensar y preguntarnos; esto es, hacer filosofía de la propia vida desde la experiencia, lo que nos lleva a intentar clarificar qué es el “ser” y qué es “estar en el mundo”. Emil Cioran nos lleva de la mano a dilucidar parte de estos cuestionamientos:

“La soledad es insoportable, a solas conmigo mismo, a solas con mis pensamientos. No sé cómo distraerlos, cómo atontarlos para que no me atormenten. Surge entonces la rabia ante la impotencia, y la agresividad es un pequeño paso que doy en ese estado. Sentirse solo y estar solo no es lo mismo, pero en mi caso, sí, me siento solo aun cuando no estoy solo, pero lo siento mucho más cuando esa soledad es también física. ¿Soy demasiado consciente de la realidad, y los demás viven en un sueño de idiotas del que no quieren despertar (cosa que no les reprocho), o soy yo el estúpido que cree ver demasiado, sin ver nada? Sea cual sea la respuesta, puedo decir que nunca he pedido estar aquí y aun estando aquí, sólo pienso en cómo salir, sin hacer ruido, sin que se note mi ausencia, como si nunca hubiera estado. Y de esa manera, sentir la ilusión de no haber existido nunca…”

Y, de alguna manera, Séneca ya nos puso en el camino de la existencia y del vivir, del hacer, del tener qué poder recordar, y para él: “La soledad no es estar solo, es estar vacío.”

La experiencia de la soledad, de intimar y de tener un diálogo interior, es una oportunidad de conocernos sin engaños y sin falsas representaciones de nuestra identidad. Es un ejercicio de valor y autonomía, y aunque a veces nos llegamos a sentir perdidos, el estar en soledad es vernos en el espejo y saber que podemos vernos:

“He vuelto al camino de la soledad, al camino de la transparencia y la limpieza, he vuelto a los lugares inéditos donde miedos milenarios pugnan por salir, he vuelto, yo lo sé, a la angustia de una noche que se acaba, al poema terminado, al silencio, a mi vida”, escribió María Emilia Cornejo.

El resumen del año sirve para hacernos preguntas y encontrar respuestas. Dostoyevski dirá:

“Llamamos ‘oscuridad’ a la luz que nuestros ojos no pueden ver. Así que llamamos ‘dolor’ al placer que no alcanzamos, ‘odio’ al amor que no podemos dar, ‘guerra’ a la paz que no tenemos y ‘tener’ a todo lo que nos impide ser.”

Muchas veces tendremos que decirnos a nosotros mismos lo que Ingmar Bergman plasmó en el film El séptimo sello:

“Sécate las lágrimas y mira el fin con serenidad. Hubieras gozado más de la vida despreocupándote de la eternidad, pero es demasiado tarde. En este último instante goza al menos del prodigio de vivir en la verdad tangible antes de caer en la nada.”

Termina un año: 2025 ya no será más que registro del pasado inmediato. Sin embargo, viene un año más que suma a la propia existencia y a los desafíos que tenemos como sociedad global, como país, como ciudadanos, como personas en lo individual. Nada fácil: el saldo civilizatorio es muerte, guerra, poder económico, desigualdad, discriminación, exclusión y todo lo que conlleva el actual modelo de acumulación capitalista, que no quiere aceptar su éxito económico para unos cuantos —menos del 0,06 % de la población mundial— y el fracaso para los más de 8 500 millones de habitantes, si lo valoramos desde la dignidad humana, la insatisfacción de las necesidades básicas y la inseguridad de las personas.

Hoy, de cara al nuevo año, de un nuevo inicio, me apropio de las palabras de Bianca Sparacino:

“Al final del día quiero irme de este mundo con un corazón desgastado y tierno por todas partes, con un corazón que duele de amar, sentir y cuidar de la mejor manera posible. Quiero irme de este mundo sabiendo que vertí amor en todo lo que hice, que estrellé mi alma en todos y cada uno de los días, que intenté algo mientras estuve aquí, que arriesgué. Al final del día, solo quiero estar orgulloso de la forma en que convertí cada pérdida en una lección, de la forma en la que creía en la luz incluso cuando no podía verla. Al final del día, solo quiero estar orgulloso de la forma en que me conecté, solo quiero estar orgullosa de la persona en la que me he convertido.”

Y hago mías las palabras de Sophia Dembling para poder alzar la voz, romper el miedo y el silencio para decir lo que se siente, lo que se piensa, lo que se desea:

“Uno de los riesgos de estar callado es que las otras personas pueden llenar tu silencio con su propia interpretación:

Estás aburrido.

Estás deprimido.

Eres tímido.

Estás engreído.

Eres crítico.

Cuando otros no pueden leernos, escriben su propia historia, no siempre una que elegimos o que sea fiel a quienes somos.”

 

¡Feliz inicio del año 2026!