Guanajuato, Gto.- Hablar de Damián Alcázar representa examinar una de las carreras más visibles del cine nacional en las últimas décadas. Su trabajo le ha permitido personificar una gran variedad de papeles que encapsulan las tribulaciones de un país o incluso un continente.
El Festival Internacional de Cine Guanajuato rinde un caluroso homenaje a la brillante carrera de un mexicano que nos ha permitido reconocernos en la pantalla. Originario de Jiquilpan, Michoacán, Damián Alcázar muy pronto se mudaría con su familia a Zapopan. Ahí entró en contacto con el cine, lo que decidiría su trayectoria vital.
En 1976 ingresó al Instituto Nacional de Bellas Artes para incursionar en las Artes Escénicas. En 1980 comenzó sus estudios en La Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana. Una de sus primeras experiencias fue participar en la puesta en escena de El balcón, de Jean Genet, dirigido por George Labaudan.
El primer actor ha mencionado en numerosas ocasiones que su viraje hacia la actuación fílmica se dio gracias a La ciudad al desnudo, de Gabriel Retes. Ahí encarnó a La Suavecita, miembro de una pandilla infernal que se cruza en la huida de una pareja fallida.
Tiempo después obtendría su primer estelar en La mujer del puerto, de Arturo Ripsten, en la que interpretó a “El Marro”, un marinero de salud delicada cuyo amor lujurioso por una prostituta es proscrito en todos los niveles.
El papel de Marcelino en Lolo (1993) le redituaría su primer Ariel en la categoría de mejor coactuación masculina. En Dos crímenes (1994), Alcázar interpretó a un arquitecto que termina siendo acusado de un asesinato que no cometió. Es el actor mexicano que ha ganado más premios Ariel: 5 como mejor actor y 3 como mejor coactuación masculina.
La filmografía del actor michoacano cuenta con más de un centenar de producciones, entre películas y series de televisión. Además de las ya mencionadas, recordamos sus papeles en películas como Algunas nubes (1995), Bajo California: el límite del tiempo (1998), Ave María (1999), El Crimen del Padre Amaro (2002), Las vueltas del citrillo (2005), Fuera del cielo (2006), Sólo Dios sabe (2006) o De la infancia (2010).
Además de su extensa filmografía mexicana, el actor es muy solicitado en cintas internacionales. En la película colombiana Satanás (2007), por ejemplo, interpreta a un veterano enloquecido por la guerra de Vietnam que decide llevar su misantropía a los extremos.
En Estados Unidos participó en filmes como la épica fantástica The Chronicles of Narnia: Prince Caspian (2008), demostrando que no es necesario encasillarse para obtener papeles en la industria de ese país.
Para algunos será difícil imaginar que hasta hace poco se considerara casi imposible producir una película en México que criticara al sistema político. Haciendo precisamente eso, La Ley de Herodes de Luis Estrada se convirtió en una de las comedias más recordadas de nuestro cine.
Las dificultades que tuvo para su estreno alimentaron la curiosidad del público en vez de impedir su proyección. Éste sería el principio de una fructífera mancuerna junto al director que derivó en tres películas más: Un mundo maravilloso (2006), El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014).
Cada una de ella satiriza aspectos problemáticos de la sociedad mexicana y sus relaciones con el poder. La televisión es un medio en el que ha estado presente de forma constante.
Interpretó a Tuco Salamanca en la adaptación colombiana de Breaking Bad titulada Metástasis. También destaca su papel como Don Chalo en Sin senos no hay paraíso o el Sr. Hull en 2091.
En tiempos recientes ha cobrado gran notoriedad su trabajo como el narcotraficante colombiano Gilberto Rodríguez Orejuela en Narcos. También continúa haciendo cine independiente en nuestro país, como en el drama sobre una cuadrilla de trabajadores carreteros La delgada línea amarilla (2015), dirigida por Celso García.
Su enorme sensibilidad le permite encarnar a la perfección toda una lotería de arquetipos reconocibles: el hombre trabajador, el arribista, el político corrupto, el narcotraficante, el mendigo, el pandillero o el profesionista de clase media.
Su exactitud al elaborar estos personajes indica una pasión por su vocación y, sobre todo, una capacidad de observación muy aguda, que le permite captar las aristas sutiles de realidad en todos los personajes que interpreta.
Demostrando siempre su sólida formación actoral y su fuerte presencia escénica, Damián Alcázar es uno de los rostros más entrañables del cine mexicano.
Siempre comprometido con las causas sociales, su carrera es una muestra de que la calidad artística puede llevarse bien con una aguda consciencia de los problemas sociales.
Su estampa se encuentra grabada en la memoria colectiva y su trabajo es la expresión de un país que no deja de reír en tono negro.
*Reseña de prensa publicada por Giff