Cuando se pierde la fe en los gobiernos

Jorge Marcelino Trejo. Foto: Archivo

Constitucionalmente las entidades públicas, los gobiernos, deben garantizar la seguridad, la paz y el bien de la sociedad, por quien fueron electos. Lo que no dice la ley es que esto debe ser como un padre o una madre para con sus hijos.

Una catástrofe no se puede evitar y menos cuando proviene de la naturaleza, pero sí se puede contrarrestar, paliar, incluso prevenir y disminuir en lo más humanamente posible, y eso no es lo que vimos con la tragedia de Acapulco, por efectos del descomunal ciclón Otis.

Es increíble que en Estados Unidos se estaban comiendo las uñas y estaban más asustados por el monstruo que se estaba formando, en comparación con las autoridades en nuestro país.

El National Hurricane Center (NHC) con sede en Florida, 48 horas ya preveía algo inusual; 21 horas antes ya alertaba que Otis pasaría de tormenta tropical a huracán magnitud 4, y 10 horas antes ya indicaba claramente que eso se convertiría en un meteoro categoría 5 y le daba el calificativo de catastrófico.

Si mi vecino tiene una casa de dos pisos, y yo una de un nivel, y me alerta de algo totalmente asustado, pues por lo menos tengo que salir a ver si es cierto lo que dice, para proteger y salvar a mi familia.

Pero no, nuestro Servicio Meteorológico Nacional no anunció el desastre sino 10 horas después que el NHC. ¿Tienen mejores satélites que los nuestros? ¿Tienen mayor tecnología que la nuestra? Quedó claro que sí, pues por eso debimos monitorear sus alertas y no ocurrió así, y si ocurrió, por qué diablos no avisó a la población de Guerrero.

El hubiera existe cuando unos padres aman a sus hijos, se hace caso y se da el aviso de alerta por todos los medios posibles, por radio, por televisión, por las docenas de redes sociales (por el streaming en el que somos líderes mundiales), se improvisa una conferencia “tardera”, se da un mensaje nacional.

Hasta ahorita solo hemos mencionado a un orden de gobierno, pero los otros dos, debieron hacer lo propio, con alertas y acciones concretas, movilizando a sus dependencias, a sus instancias, especialmente de seguridad pública y de protección civil.

No se puede salir a alertar a la población, de que ahí viene el monstruo, con carritos de perifoneo como los ropavejeros, como los vendedores de tamales.

Casi dos días después no me sirve de mucho movilizar a ocho mil soldados y guardias nacionales cuando el monstruo ya azotó mi casa, cuando ya atacó a mi familia, pero el engendro no es el impune sino la inacción del padre.

Si se eliminó el Fonden porque había corrupción, como en todo lo que fue eliminado, entonces debí crear y tener otro sistema efectivo de atención de desastres que se activara de inmediato y no salir con que lo tengo resguardado y contabilizado (13 mil millones de pesos).

El cálculo de los daños que hicieron, grosso modo, autoridades de Estados Unidos no era de 13 mil millones de pesos, sino de 15 mil millones de dólares y aún les faltaba estimar pérdidas en municipios y comunidades aledañas al puerto de Acapulco.

No puedo salir a informar que “tenemos recursos ilimitados” para atender el desastre y que no hay de qué preocuparse, cuando cuatro días después la población no tenía ni agua que tomar ni dónde comprar porque todo había sido saqueado.

No puedo salir con que soy un buen padre y que soy muy popular cuando no fui capaz de defender a mi familia y más bien la dejé a la deriva mientras yo andaba en asuntos mundanos, viéndome al espejo de que soy muy guapo y brindando por ello.

No puedo salir con que 27 muertos no fueron muchos y que hubiera sido peor por el tamaño del monstruo, cuando como papá no he revisado todas las habitaciones de mi casa, para ver si no hay más daños o algún otro familiar herido o muerto.

La confianza, diría Miguel de Cervantes, es de cristal, y se forja con el tiempo, pero se puede quebrar en un instante y es literalmente imposible reconstruirla.