Cuando la expedición Keaton llegó a León

Juancarlos Porras y Manrique, promotor cultural, escritor, poeta, cronista de la ciudad y columnista Platino.

Cuando aterrizó el avión en el campo aéreo de Bellavista en la ciudad de León de los Aldama, el abuelo Juventino, el de la panadería “Amate”, desde ciudad Amoxco lo vio pasar como un mal presagio. Le pareció ver al pájaro ceniciento que le llevó malas noticias a Motehcuzoma el Joven.

El indígena anciano parecía sacerdote del Imperio mexica.  Al menos así lo veían, por sus rasgos y su lengua madre, quienes afirmaban que tenía toda la edad acumulada desde que Amoxco era una República de indios y era gobernada según los usos y costumbres de los suyos.

Otros decían que había combatido al lado del mismísimo Gerónimo, porque se les figuró verlo en la pantalla del CINEMATÓGRAFO GRANDA luchando contra los cowboys.

Los del barrio del Coecillo y más los del rumbo del barrio de San Miguel en León lo consideraban su tahtli «padre» y guía por antonomasia y le rendían culto y daban respeto.

Para los lugareños de Amoxco era un “libro” confeccionado como lo hacían sus antiguos. Un huehuetlatolli sincero, por lo sano y sabio de su plática. ―«Yehica ca yehuatzin oquimihtalhui, oquimoyocolili, oquimoyecalhui inic otiyol, inic otitlacat. Ma ticmolcahuili, in cemilhuitl, in ce yohual.»―, decía.

Se le podía desplegar hoja tras hoja y ver la historia no verbal, del pueblo del lugar de libros, llena de flor y canto.

El abuelo Juventino el del hablar precioso, en su juventud, contaba haber sido herido con una flecha en el tobillo izquierdo en una cacería. De allí su lento pero seguro paso y su nombre real, agregaba, era Tomimitzin, el venerable tobillo herido con flecha.

―«Un mal presagio retenido en la mente, si no se saca, se convierte en pesadilla»―, comentó el librero Gamoneda. Así que el abuelo Juventino respondió turquesamente hablando, en la librería Victoriano Suárez, sin detalles, que venía una mala temporada para el mundo.

Claro que «el mundo» de Juventino se reducía al lugar de libros y no a la librería V.S. del obrero Antonio ya citado.

El día del aterrizaje del avión, don Jacobo Granda andaba por León comerciando, con el señor Vera y su hijo Cosme, algunos implementos cinematográficos traídos del Norte.

Almorzaron en un pequeño restaurante ubicado en las inmediaciones de la Plaza de la Constitución. Luego hicieron el negocio.

Don Jacobo aprovechó la visita a la ciudad de los barrios y saludó a su amigo José Ruiz Miranda orador y poeta leonés. Éste lo llevó a pasear por la reconstruida ciudad—habían tenido una lamentable inundación en 1926—y mostrarle los aun, incipientes progresos de la construcción del Santuario Expiatorio dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.

Allí saludaron al robusto padre Bernardo Chávez, oriundo de la Sierra de Santa Rosa, el soñador del gótico templo. Quien les platicó más del sueño.

Luego fueron a casa del poeta, en el barrio (de) Arriba, y don Jacobo Granda vio el progreso de las hijas del vate leonés, así como la poesía creada por su anfitrión quien leyó en voz alta alguna de sus composiciones.

En la biblioteca del poeta don Jacobo pudo observar algunos volúmenes que le llamaron la atención. Extrajo uno del librero. Era de Juan de Dios Peza «el cantor del hogar». Miró con atención el precioso libro.

Al interior del compendio, sobre la página donde aparecía el poema “Garrik”, encontró una pequeña fotografía de la diva Mimí Derba.

Ruiz Miranda sonrió y quiso obsequiarle el afiche a su invitado.

El señor Granda se resistió y dijo escuetamente:

—«Una diva es una diva»—y devolvió la foto al libro y luego a su sitio.

El empresario de LA FACULTAD DEL MOVIMIENTO se despidió de su amigo poeta y caminó rumbo al centro de la ciudad para tomar el transporte a ciudad Amoxco.

Sobre la calle de la Catedral Basílica observó el progreso de la humanidad al ver pasar un avión a baja altura. La sorpresa fue mayúscula porque a lo lejos, sobre el cerro de san Lorenzo—en las inmediaciones del santuario de Guadalupe—la gente corría apresurada.

Don Jacobo preguntó a un parroquiano qué pasaba.

El viandante, un ranchero abajeño bien bragado, le dijo que por el campo aéreo de Bellavista había aterrizado un aeroplano…

Al empresario no le causó sorpresa el comentario. Le pareció algo lógico.

Entonces el ranchero dijo firme y en tono cantadito, como habla la gente de León (ranchero cantadito que es decir en español cuasi-antiguo):

—«Andan bien hartas gentes allá en el cerro viendo al cómico del cinito que abajó del cielo».

—«¿Qué cómico?»—preguntó el señor Granda.

Pero el ranchero le reviró con un descubrimiento:

—«Usted es el del cinito de allá ¿verdá?, detrás del Gigante, ¿verdá?».

—«Sí. Sí. Soy don Jacobo Granda el empresario del CINÉMATÓGRAFO GRANDA de Amoxco. Allá atrasito del cerro Nuestro».

—«¡Heeey! Lo quise reconocer, ¡mire nomás!».

Don Jacobo se desesperó y volvió a preguntar:

—«¿Qué cómico dice que bajó de cielo?».

—«¡No, del cielo no!».

—«Quise decir del airoplano».

—«Ah, pues, ese que le mientan el Cara de palo».

—«¿Búster Keaton?».

—«No pos quien sabe si sea ese. Pero es ese mesmo que vimos en su cinito. El Cara de palo, el del sombrerito chistoso».

—«¡Es Búster Keaton!».

—«¡Heeey! Mire nomás. Dicen que abajó del airoplano grandote. ¡Dizque se le descompuso!».

Don Jacobo apresuró el paso rumbo al campo aéreo sin despedirse de su interlocutor. En pocos minutos caminó y llegó agitado a la loma del cerro de san Lorenzo y se encaminó luego por la calle Galeana, a un costado del santuario de Guadalupe. Llevaba el auténtico ritmo de los personajes de una vista.

A mitad de la pequeña pero pronunciada cuesta lo alcanzó el ranchero en su caballo. Lo invitó a subir y don Jacobo no lo pensó dos veces y… subió al corcel.

El diestro jinete guio con soberbia al caballo.

En poco tiempo conquistaron la loma y se encaminaron rumbo al campo aéreo de Bellavista mismo que vislumbraron pronto.

Don Jacobo asomó su cabeza para ver si todavía el bimotor de Keaton permanecía en tierra. Y en efecto una pequeña multitud rodeaba al vehículo aéreo.

La gente reunida estrechaba la mano del actor del cine silente.

Búster Keaton sonreía al igual que su esposa.

El piloto negociaba con el controlador del campo la reparación del avión.

Keaton se dejaba querer y pronunciaba algunas palabras—en inglés—como agradecimiento.

La expedición Keaton había aterrizado de emergencia por un desperfecto en uno de los motores. Para seguridad de todos, el piloto decidió aterrizar en el campo más próximo y le tocó al de Bellavista en León, según el plan de vuelo.

Cuando llegó la comitiva GRANDA hasta el sitio, don Jacobo quiso bajar del caballo, pero el ranchero, de nombre Isaías León el Levita, le dijo que permaneciera allí arriba, pues vería mejor al Cara de palo.

Jacobo Granda hizo caso y contempló a uno de sus actores favoritos. Con su sombrero saludó al cómico silente, quien les lanzó una onomatopeya del western hollywoodense y el ranchero le correspondió con un relincho del caballo.

La escena arrancó aplausos y risas de los presentes ante la sorpresa de la expedición Granda.

El piloto volvió con los Keaton para avisar la reparación del desperfecto y la pronta salida del avión.

La expedición Keaton agradeció el calor humano de los leoneses y el relincho, como en las películas de Villa, del caballo de la comitiva Granda, según otros comentarían luego.

Don Jacobo entendió que un auténtico artista no necesita ser distinguido sino ser reconocido.

—«Distinción, no. Reconocimiento, sí.»—apuntó después en su cuaderno de notas para consignar la llegada de tan notable artista.

Por la noche, ya en Amoxco, le contó con detalle a su mujer lo acontecido en el campo aéreo de León con Búster Keaton y su comitiva.

Le dijo que se sintió como parte de «los caballeros del camino» que asaltaban diligencias por Texas.

El mal presagio, dicho por el abuelo Juventino, para don Jacobo no existía. Al contrario, le comentaría después al venerable indio, se vienen cosas buenas para el cine y para el mundo. Pero el viejo librero Gamoneda no lo creía así. Tampoco Juventino. Lo único que atinaron es que esta historia se volvería leyenda desde 1939 cuando la expedición Keaton llegó a León. ■▀▄