Crónica de mi 25N en Celaya: La reflexión como acto de resistencia

También, otros silencios manifiestos, los de la indiferencia, el enojo y la incomprensión, que son una forma de perpetuar la violencia y la opresión contra las mujeres

El pasado 25N fui invitada por autoridades del Instituto Municipal de las Mujeres de Celaya para realizar un ejercicio reflexivo con las y los jóvenes en torno a la situación que guarda en nuestro entorno inmediato la violencia contra mujeres y niñas. Una convocatoria nutrida que habla de las vigentes alianzas de la directora Alma Virgen Salazar con las autoridades universitarias.

Todas y todos puntuales en una cita conmemorativa envuelta en colores violeta y naranja, de significados simbólicos y objetivos que deben ser analizados, nombrados y colocados desde el entendimiento individual y colectivo. Tengo la certeza de que esto no siempre ocurre en desde las instituciones, en particular.

La jornada inició recuperando el significado de la conmemoración, información que pudiera ser elemental para quienes trabajamos estos temas todos los días, pero la experiencia cotidiana nos recuerda que el mensaje aún no es de conocimiento común. No se trata de miradas históricas aisladas. Hablar del 25 de noviembre o del 8 de marzo como fechas de conocimiento y comprensión pública me parece un riesgo que nos coloca en el sesgado privilegio feminista y no en el terreno de las resistencias que habitamos todas.

A los minutos de haber iniciado la sesión, pude percatarme de tener en frente de mí a un cúmulo de jóvenes universitarios tan curiosos como agotados de abordar la violencia desde lugares comunes, es decir, aquellos que colocan a la violencia contra las mujeres como un asunto de cifras y más cifras. No, ellas y ellos lo tienen más claro que muchas autoridades, abordar el tema de la violencia les y nos sitúa en el terreno de las experiencias y testimonios de los que ya una mayoría tenemos algo que aportar en primera persona y en lugares que se construyan seguros para ello.

Así, por ejemplo, un joven que fue particularmente participativo nos compartió: “no hay una sola mujer en mi familia, desde mi abuela, mis tías, hermanas que no haya vivido algún tipo de violencia”. Al decir esto se colocó como un hombre que está obligado a entender lo que está ocurriendo de forma diferenciada respecto a las historias vitales de los hombres en su entorno. Un universitario de veinte años que con su testimonio y honestidad nos colocó en la piel por qué debemos abordar el 25N desde la proximidad, la violencia se encuentra entre nosotras.

Después de él, otras voces de chicas y otros chicos, unas con mayor sonido que otras, se sumaron al diálogo. En ese tipo de espacios de diálogo, es común reconocer que, para muchos, es la primera vez que toman un micrófono frente a una multitud para expresar una postura, lo que hace que su participación sea aún más valiosa y significativa en el contexto del 25N.

Otras chicas optaron por compartir las experiencias que saben “les ocurren a otras”, amigas y compañeras, de las que ellas son confidentes, como una forma de procesar y entender la violencia que las rodea. No abordaron las experiencias con distancia, lejos de ello, saben que lo que les ocurre a otras está próximo a alcanzarles, y que la violencia es una amenaza constante en su vida diaria.

El 25N es una plataforma de escucha, apertura y escucha que reclaman en una legítima exigencia: ser escuchadas, ser reconocidas y ser valoradas. La violencia contra las mujeres les atraviesa en su cotidianidad, limitando sus movimientos, sus decisiones y sus sueños, y quieren exponerla como un acto de denuncia social situada. Una chica nos compartió sus experiencias de violencia en vía pública y cómo éstas son extensivas a los espacios universitarios. Con ellas, otras tantas, a diferencia de los varones, tenían testimonios sobre tocamientos y agresiones en transporte público.

Este ejercicio testimonial en particular nos permitió de forma colectiva y reflexiva comprender que la violencia contra las mujeres se integra desde otros elementos y variables muy distintas a las otras violencias, incluidas a las que viven los varones, y que requiere un enfoque integral y contextualizado. Esta conclusión nos remitió a la iniciativa que para aquellos días un grupo de ciudadanos presentó al gobierno municipal “para crear un instituto para los hombres”, lo que nos hizo reflexionar sobre la importancia de abordar la violencia de género de manera integral y no solo enfocarnos en la creación de instituciones.

Me atrevo a afirmar que el grupo de jóvenes universitarios tuvo un análisis más serio y fundado esa mañana que el que tuvieron “los proponentes”, ya que lograron conectar las experiencias personales con la estructura social y cultural que perpetúa la violencia contra las mujeres. Otras universitarias presentes en el foro optaron por acompañar la sesión testimonial desde una atenta mirada que asentía a la voz de las otras, demostrando que la escucha y la solidaridad son fundamentales para romper los silencios y crear un espacio seguro para las mujeres.

Romper los silencios nunca será tarea sencilla, incluso, no siempre es necesario aferrarnos a ello, ya que los silencios también nombran desde otras posibilidades y desde otros ecos, y pueden ser un acto de resistencia y de empoderamiento para las mujeres. El 25N es una oportunidad, también, de ‘escuchar’ esos silencios que se hacen presentes en rostros atentos, en manos que se entrelazan y ojos que expresan la urgencia de ser escuchados en otros espacios, en otros momentos, de otras manera.

Desde esta perspectiva, el 25N fue un espacio que construimos, también, para comprender esos silencios aprendidos, elegidos y autoimpuestos a las mujeres, y para reconocer la complejidad de las experiencias que se esconden detrás de ellos. Recuerdo a dos de ellas, quienes tomaron el micrófono con la intención de narrar sus experiencias, pero al intentar hacerlo, la voz les falló y fue sustituida por un llanto que les sacudió el cuerpo, y que nos sacudió a todos los presentes. Ellas nombraron sus complejas experiencias sin necesidad de articular palabras, y nosotras, con un aplauso, les abrazamos.

Nadie pretendimos invalidar con ese aplauso la experiencia inenarrable, por el contrario, nos propusimos acompañarles. También, otros silencios manifiestos, los de la indiferencia, el enojo y la incomprensión, que son una forma de perpetuar la violencia y la opresión contra las mujeres. Otros más, pueden ser leídos desde ese machismo que se aprende y resiste, sí no importa que sean jóvenes.

Una jornada de casi dos horas, nos escuchamos, nos aprendimos y nos conmovimos desde la radicalidad de las crudas realidades. Recordamos donde habitamos, el contexto que nos rodea y el riesgo que en el presente representa ser mujer en un entorno atravesado por la violencia.

Previo a concluir nombramos a Nadia Verónica, la universitaria salmantina victima de feminicidio el 8 de marzo en el 2020, quien publicará esa mañana conmemorativa al Dia Internacional de las Mujeres “…si algún día soy yo, quiero ser la última…”, su memoria es un recordatorio. Víctima de la violencia machista, no fue la última, después de ella un cúmulo de mujeres y niñas en Guanajuato siguen siendo víctimas de violencia machista y feminicida.

Teniendo de fondo elegido la canción de Vivir Quintana, “Vivir sin Miedo”, nos reunimos al frente del espacio para despedirnos, ver nuestros rostros con cercanía, las voces tímidamente tarareaban: “…Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo… Si un día algún fulano te apaga los ojos … Ya nada me calla, ya todo me sobra … Si tocan a una, respondemos todas…”.  Un camino colectivo que nos debe encontrar juntas. Los testimonios de esa mañana nos acompañaran para encontrarnos de nuevo en el próximo 25N.