En los estertores del priato, en medio de los homicidios políticos (Colosio y Ruiz Massieu) escuché mentadas de madre, desesperación y urgencia de cambio, para que no despertara el México bronco. Es decir, hablaban de quitar al tricolor del poder, pero aunque lo pensaban, yo nunca escuché que la solución era matar a Salinas o a Zedillo.
Cuando ganó Vicente Fox en el 2000 vi como reportero y conductor del noticiero La Noticia y Usted (en Grupo Siete) a funcionarios y sus familias en depresión total, decían que era el principio del fin. Pero nunca escuché que la solución para que volviera el PRI era matar al primer presidente panista.
En 2006 los ánimos estaban más que caldeados y soy de los que piensa que el plantón en avenida Paseo Reforma fue una manera de calmar los ánimos. Conozco gente que estaba dispuesta a tomar los Pinos y Palacio Nacional a la fuerza. Se hubiera derramado mucha sangre si los lideres los hubieran aventado por delant.
En entrevistas radiofónicas (Grupo Fórmula) y televisivas (Canal 13 y Proyecto 40) nadie se atrevió a decir que matar a Calderón era la clave de acabar con los fraudes electorales.
El regreso del PRI fue frustrante para muchos en 2012. Peña Nieto, me decían mis invitados al Canal 34 y al Canal del Congreso, era un retroceso terrible a la democracia, la corrupción y una traición a las luchas históricas por acabar con la desigualdad. Pero no recuerdo que alguien se atreviera a proponer un magnicidio para sacar de nuevo al Revolucionario Institucional.
Cuando crecía en las encuestas el candidato López Obrador, en medio de la negación de sus adversarios, allá por 2017 por primera vez escuché que “matando al perro se acabaría la rabia. Un pinche balazo y así nunca llega el pinche viejo.”
Antes de la elección las redes estaban polarizadas como ahora, y leí en múltiples ocasiones -entre broma y en serio- que “ojalá no llegara el vejete ese: un infarto fulminante sería un regalo del cielo.” Claro, también que vivían en Bosques de Las Lomas los López, que disfrutaban de la Toscana y que el departamento modesto, solo era para engañar a las masas; que manejaba un Ferrari, que tenía cuantas en Andorra y centenas de mentiras más, que muchos siguen creyendo y hasta besan la cruz, porque “se los dijo un amigo, lo leyeron en Face, o un cuate que lo vio, se los platicó.”
En estos primeros nueves meses y medio de gobierno de izquierda he escuchado (inclusive de personas muy cercanas) y leído decenas de veces que ojalá maten al loco éste, que un pinche tiro sería la fórmula correcta o que envenenarlo es la vía.
Se perfectamente, y con toda la responsabilidad redacté estas líneas, el alcance de lo que sucede entre la clase media que perdió sus privilegios, pero sobretodo que no toleran que una persona como Andres Manuel López Obrador sea el titular del Ejecutivo Federal. No toleran a los nacos de sus hijos, y les da grima escuchar tan siquiera un par de palabras en tono tabasqueño.
Es un tema clasista, racista , xenófobo, y no toleran que un moreno y mal vestido los represente. Les da urticaria José Ramón, Andrés Manuel y Gonzalo Alfonso López Beltrán. Se pitorrean e inventan apodos a un niño, sí a un menor de edad, Jesús Ernesto López Gutierrez. Los argumentos no importan, la esgrima mental no existe, sencillamente no lo pueden ver ni en pintura.
En la otra esquina, millones de mexicanos modestos que se sienten por primera vez representados.
En 2021 veremos quienes son mayoría, los que odian y quieren hasta la muerte de AMLO -como Ximena García, la auxiliar en vuelos de Interjet- o los que apoyan la 4T. Les recuerdo a los dos bandos que están en juego 14 gubernaturas, 500 diputaciones federales, centenas de diputaciones locales y alcaldías.