Centenario del movimiento literario “La Trapa”

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

Unos cuantos versos (en la magia de magistrales endecasílabos asonantes de ligereza casi alada, Mariano González-Leal dixit) solicitados por el director del periódico local “El Presente”, fueron los que borroneó José Ruiz Miranda (1889-1970) orador y poeta leonés oriundo del Barrio de Arriba, publicados el 21 de junio de 1922 con la siguiente línea primigenia: “Yo soy un viejo monje de la Trapa” que, luego, concitó una serie de respuestas por parte de los mejores poetas del rumbo: Vicente González del Castillo, Manuel Alcocer Marmolejo, et al.  Así dio “origen a este sim­pático movimiento literario [que]carece de importancia”, confiesa el vate.

Ahora bien:  dicha corriente que cumple un siglo de haber salido a la luz pública, es un brote de ensoñación en apego irrestricto a la poética de Gastón Bachelard en cuanto a que: “La pluma sueña. La página blanca da el derecho de soñar. Si tan solo se pudiera escribir para uno mismo”. Es decir, la creación posterior del Monasterio del ensueño, la Sociedad artística y literaria (1924), da pauta al descansar en el corazón de las palabras.

Si aquella nadería de composición, sigamos la línea discursiva de Ruiz Miranda, se conservó el nombre de la Trapa puesto que como símbolo “los mo­nasterios fueron el arca en que se sal­vó la civilización en los siglos medios…; queremos [por lo menos, esa es nuestra aspiración,] cultivar el arte en toda su pureza; [recordemos que] TRAPA, significa es­cala practicada en la roca viva…”. Por supuesto que deriva su significación en cuanto al fin que persigue: “Fomentar el Arte y difundirlo”. De allí el posterior lema: Ars Vita Nostra «el Arte es nuestra vida».

Así que, el movimiento literario de la Trapa, de junio a diciembre de aquel 22, es quizá la más precisa y firme aportación literaria del Bajío, en conjunto, para la República mexicana y de las letras que marca la generación de los Custodios (1914-1971) donde los “artistas e intelectuales (…) definen su concepción del mundo y su percepción de las artes y de los valores estéticos, una unidad fundamental merecedora de un estudio sistemático y profundo”. (Mariano González-Leal, José Ruiz Miranda y la Generación de los Custodios de 1914, 2006).

Por ello es digno recordar esta sinfonía de ecos entre los hijos de Apolo, sus palabras cordiales y sus consejos amistosos (Wigberto Jiménez Moreno, dixit) pues “la circunstancia especialísima, determinadora del ágape fraterno: la circunstancia feliz de alentar en este León guanajuatense un grupo compacto y recio de los fieles amadores de la Poesía, siquiera deudos de mi señor don Quijote, así en la descomunal batalla con los batanes, que en la penitencia de Sierra Morena y en el desencanto de Dulcinea del Toboso; cultores infatigables del ideal bien entendido…”. (Fulgencio Vargas, En el connubio de los trapenses, 1938).

Bien merece la pena decir:

Un sueño de amargura

 

Yo también, como viejo monje de la Trapa, 

siento pena y sinsabor.

Mi alma enjuta, oprimida por angustia,

que ni plegaria alguna,

deja, solventa un gesto de ternura.

―«El cansancio, por tu peregrinaje,

será el sino que te atrape» ―,

sentenció la endrina gitana.

―¿Y me podré levantar?―.

―«Sí. Y ungid con nardo dicho instante.»―.

 

Yo también, como el viejo monje de la Trapa,

Visto, con mi sayal tan pardo y mi cogulla,

[este sueño de amargura.

 

 

 

León, México junio de 2011-2012 y de 2022