Cangrejos rosas: nadie tendrá derecho a lo superfluo

Juancarlos Porras y Manrique, promotor cultural, escritor, poeta, cronista de la ciudad y columnista Platino.

Debemos al gran descifrador de las letras, esto es, un traductor como Sebastián Melmoth el tener una obra extraordinaria como Mi corazón a expensas de la niebla donde sobreviene la bella sonoridad de un ángel y que de alguna manera se apareja, la novela, con unos versos del poema Problema del alma de Efraín Huerta.

En dicho poema nuestro célebre autor desglosa en cinco numerales no sólo la “conquista tan breve” sino el devenir del espíritu que, aun gris, triunfa en medio de las fauces de los lobos. Por ende, la lluvia, la penumbra juegan un papel central porque invitan a la pesadumbre como también al “rumor de muerte sin relieve ni espesura”.

La niebla entonces aparece y, en ambas obras, es preponderante.

Por supuesto que es una evidencia del alba que tiene su parangón en el alma. Y con esto se cristaliza el extraordinario pronunciamiento: “Nadie tendrá derecho a lo superfluo, mientras alguien carezca de lo estricto”.

Pero el rumor nebuloso se instala y abroga el pronunciamiento citado cuando alguien profiere unas pocas palabras, casi un himno, que canta y lo pone a la altura de los nuevos tiempos de la Democracia social, pero lo resuelve con el tic tac del día y como una astilla infecunda que harto cala, nos lo lanza como bondad para todos con aquello de: “La democracia no se toca”.

Dicha afirmación, vertida por los cangrejos rosas, le toma el pulso, no a un árbol ni aun paisaje real o a una vida, menos a un poema como tampoco a la vida ciudadana sino a la geografía inventada por unos y otros, es decir, a esta ciudad de 193 años de vida que día con día la redescubren a cada rato: ayer era oprobio y ahora no. Pero ¡somos grandes!

Y llega alguien, con su pequeña voz entrecortada. Nos receta la frase a medias, sin medida política y esta entra al oleaje verbal en una patria que tiene un sueño llamado Cuarta república que, dicen los demócratas de por acá, no permitirán que lleguen los peladitos a decirnos cosas.

Pero el chorro de voz, de los cangrejos rosas viaja y escuchamos el resuello de quien pronuncia que sus instituciones no se tocan. Y la espesa idiotez de los gritones del domingo aparece incluyendo a las bien citadas “gallinas municipales” del poeta Huerta que cacarean los trasiegos del abismo de la Cultura para todos. La traducción ideal a todo esto serían los aplausos y los vítores a favor del héroe apasionado y refulgente venido del Norte del país que nos da mermelada divina: Lorenzo el Grande.

            “Había un mundo para caerse muerto y sin tener con qué, / había una soledad en cada esquina, en cada beso; / teníamos un secreto y la juventud nos parecía algo dulcemente / ruin…/”, escuchamos al poeta de Silao de la Victoria decir.

Con esto, nuestro vate nos alienta a entender el rigor de la vida, del muchísimo universo que tenemos, de la mal llamada polarización del mundo que nos toca vivir por la ciudad y el estado. Pero también nos invita a reconocernos ya que nuestro corazón está a expensas de la niebla y con problemas del alma.

“Había un mundo para caerse muerto y sin tener con qué, / había una soledad en cada esquina, en cada beso; / teníamos un secreto y la juventud nos parecía algo dulcemente / ruin…/”, ahora lo decimos todos en voz baja.

Así. En voz baja.

En voz baja por favor.

No vaya a ser que la hendidura del río de los Gómez se abra un poco más para recibir el nuevo Paseo de la Anti-Cuarta república para que nos lo llenen de color de rosa.

Pobre de León tan lejos de Dios y tan cerquísima de la Democracia nebulosa y rusticana que nos dan.

Pobre de León tan lejos de Dios y tan cerquísima de la Cultura brumosa y relativa que nos ofertan.

Pobre de León tan lejos de la Cuarta república y tan cerquísima del gobierno que es grandote, pero no grandioso.