Caminar hacia la penumbra / 2ª. y última parte

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

… el apoyo de muchos escritores a Bienvenido Armenta le valió reposicionarse en la vida pública e intelectual del mundo como en los viejos tiempos de la revolución cubana, la guerra fría y la Unión Soviética. Por su parte el joven creador hizo caso y vio como las “campañas sucias” se habrían paso con argumentos tan simples e insolventes como la descalificación de toda obra que tuviera halos rojos, marxistas por un lado y, por el otro, el cómo en los discursos socialistas se hablaba de vetar textos “no marxistas”.

Todo esto recordaba el profesor Triunfo Manrique al momento de sorber su whisky y cómo llegó, con el tiempo, a perderse del medio intelectual para comenzar una discreta carrera como profesor de literatura que derivó en clases de redacción adicionadas con alguna lectura ocasional en un lustro cumplido.

Sole Navarro, una chica universitaria con la virginidad literaria a flor de piel, pasó frente al poeta. Éste reaccionó de manera inmediata. Acomodó sus gafas al momento. El vaso le fue llenado de nueva cuenta por otro alumno. La chica sonrió al ver a su tutor en ese estado de “exclusión”. Sintió lástima por él. Manrique respondió al saludo elevando su bebida. Brindó por… “por algo que lleva las justas letras de un poema”, dijo con fuerte voz.  Ella desapareció en la penumbra. El profesor no bajo la vista y suspiró. Otro alumno se acercó a él y le dijo algo al oído con gran sarcasmo. El profesor soltó una carcajada. El estado de exclusión se disipaba de su persona. La universitaria reapareció con una copa en la mano derecha. Se acercó al tutor y brindó:

—¡Por quien sabe descifrar letra por letra los versos del poema!

Los dos sonrieron y bebieron.

La fiesta comenzaba a marginar —por las discusiones del “diversionismo ideológico”— a algunos de los asistentes. Sobre todo, a los adultos mayores que polemizaban unos con otros con respecto a la formación del grupo que apoyaba al peligro para México y al señor de las manos limpias.

—“No podemos caer en un reality show”—, decían los teóricos.

—“Pero ustedes son los que están haciendo el striptease...”—replicaban los otros.

Manrique se abstuvo de la discusión y se marginó cada vez más cerca de la barra. Sole se mantuvo con él exponiendo argumentos simples del porqué no le interesaban esas “crisis” de identidad. El tutor sólo atinó a celebrar el desparpajo de la chica y los dos volvieron a decir salud.

Sole pidió que le dijera alguno de sus poemas. El vate emocionado accedió a la petición de la alumna. De su pecho salieron las primeras notas de versos musicales y de su corazón, ya bien entonado, el célebre Poema del segundo. Uno de largo aliento —vaya paradoja— que la estudiante de psicología, sin dejar de beber, disfrutó.

Triunfo Manrique recordó para sus adentros las polémicas por este poema y por su incursión a la narrativa a través de la antinovela ¿Quién puede responder esa pregunta? (Constancio librero, Ulises editor, 1987) que de hecho le valió un pequeño aplauso y cierta consideración de su par Bienvenido Armenta en las páginas del suplemento Paréntesis literario. Pero dicho trabajo no tuvo mayor repercusión. En voz del editor Ulises “no tiene pinta de best-seller por eso no se vende”.

Sole Navarro se acercó al profesor y le susurró unas palabras al oído izquierdo. Mostró su cuello largo y pechos firmes. “Compañeros de viaje”, fue la respuesta del maestro y dejó su copa en la barra. La chica dio media vuelta y se retiró. Ahora ella se excluía para evitar, lo que un apartado del reglamento de la institución educativa señalaba como, un “absurdo social”.

Triunfo pidió agua mineral con hielo esta vez. Sudó y suspiró. Miró como se desvanecía el poema frente a sus ojos y como las letras eran incomprensibles. Pero no dejaba de contemplar la visión de aquella mujer de neón llena de vida y gracia, con la virginidad literaria a flor de piel cuando caminaba otra vez hacia la penumbra de la ciudad.