Cambios

Doctor Arturo Mora Alva, investigador, escritor, académico y columnista Platino News

“Llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tiene la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos”. Fernando Pessoa

Lo único constante es el cambio. Nada permanece y nada queda inmóvil, estático. La dinámica de la vida, de la naturaleza así lo demuestra. El proceso civilizatorio tiene un rasgo general, que es el de hacer que nos demos a la tarea de querer fijar rituales, costumbres y ciertos hábitos que luego se normalizan y buscan perpetuarse en narrativas propias de la historia y luego toman forma de mandatos sociales, normas no escritas y leyes formales, todo para aparentar que todo así a existido siempre, donde se institucionalizan visiones políticas, creencias morales y códigos religiosos entre otras formas de querer detener el tiempo, metafóricamente hablando.

Si embargo, nada es lo que es y nada es lo que parece, si nos situamos en la experiencia humana de la subjetividad, la percepción y perspectiva de como se aprecia la vida es tan diversas, como seres humanos hay y si bien la cultura, el lenguaje y la propia condición humana busca homogenizar esas miradas a través de consensos sociales y culturales, a través de la educación especialmente.

Cada momento de la historia humana es una evidencia de la búsqueda de respuestas a preguntas milenarias sobre la existencia de los seres humanos en el mundo, pero, en mucho la historia es el registro de una pugna de visiones entre lo establecido y lo nuevo, entre lo que se presenta ya como dado -fijo- y  lo que desde la inteligencia busca encontrar a través de nuevas preguntas y responder de forma innovadora y con otros recursos -propios de la ciencia y la tecnología- lo que ya se tenía como única respuesta.

Pensamiento estático, pensamiento conservado, versus, pensamiento innovador, pensamiento crítico, lógicas contrarias, posiciones adversas, polarizaciones que son al final de cuentas el motor de la historia y del desarrollo de la civilización.

En el plano humano de lo personal, sucede lo mismo. Nada permanece fijo, nada es para siempre, el destino es una especie de condena auto impuesta o instalada por otros, pero nunca es algo definitivo. Los seres humanos somos lo que vamos siendo en el tiempo y tenemos la oportunidad de ser diferentes a lo que desearon que otros fuéramos, de ahí la importancia del autoconocimiento, de la autorregulación, de la autonomía, de la voluntad y de la libertad.

Las etapas que hemos definido para pensar el desarrollo humano, sus características y atributos han permitido en los últimos 100 años ir comprendiendo en parte la complejidad de los procesos biológicos, metabólicos y psíquicos que nos constituyen, todo ello en el contexto histórico social que nos ha tocado vivir. El ser bio-psico-social que somos implican a su vez el desarrollo de las dimensiones: afectivas, corporales, cognitivas, históricas, sociales, espirituales, estéticas, creativas y éticas. La complejidad es inherente a la condición humana y la idea de clasificar y catalogar a las personas nos ha llevado a querer etiquetar y establecer ideas fijas sobre temas como el carácter, la personalidad y la conducta, que en cualquier caso también son una construcción social y que, por tanto, son cambiantes, y que si bien, no podemos dejar de ser quienes hemos sido en la línea del tiempo que hemos vivido.

Podemos experimentar cambios, podemos experimentar procesos de reflexión y de análisis, procesos de introspección y de transformación desde la toma de consciencia de nuestra trayectoria, de nuestros vínculos y de todo aquello que se fue aprendido desde “un afuera”, a su vez desde un deber ser social -impuesto y autoimpuesto- y desde la estructura económica que es dominada por unos pocos y que busca imponer sus intereses, sus visiones, sus respuestas y su explicación del mundo desde poder y desde el discurso de poder que se construye como dominación y reproducción del sistema vigente.

“Nada ocurre dos veces”, es el titulo de un poema de Wislawa Szymborska, premio Nobel de Literatura, que pone en palabras que suenan y hacen eco en la cabeza y en el corazón para aceptar que estamos en movimiento, en un proceso de cambio permanente nos guste o no.

Nada ocurre dos veces

y nunca ocurrirá.

Nacimos sin experiencia,

moriremos sin rutina.

Aunque fuéramos los alumnos

más torpes en la escuela del mundo,

nunca más repasaremos

ningún verano o invierno.

Ningún día se repite,

no hay dos noches iguales,

dos besos que dieran lo mismo,

dos miradas en los mismos ojos.

Ayer alguien pronunciaba

tu nombre en mi presencia,

como si de repente cayera

una rosa por la ventana abierta.

Hoy, cuando estamos juntos,

vuelvo la cara hacia el muro.

¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?

¿Es flor? ¿O tal vez piedra?

¿Y por qué tú, mala hora,

te enredas en un miedo inútil?

Eres, pues estás pasando,

pasarás —es bello esto.

Sonrientes, abrazados,

intentemos encontrarnos,

aunque seamos distintos

como dos gotas de agua.