Barbie o cómo salirse de la caja

Fernando Cuevas, analista y columnista Platino News.

Un par de ciudades de plástico, de esas que se ven por ahí, diría Blades. En una, las mujeres pueden ser lo que decidan ser y los hombres son más bien parte de la coreografía. Las noches son de chicas y la felicidad es permanente. En la otra, los hombres dirigen empresas y formas de ser, en proceso de aprender a aparentar que ellas son igual de importantes, aunque no lideren organizaciones, sean presidentas o formen parte de la corte de justicia: un patriarcado en plena adaptación para continuar predominando.

Barbieland y Los Ángeles son los nombres de esos lugares que por alguna razón particular que tiene que ver con la humana y su muñeca, se conectan a partir de un puente de comunicación entre ambas, llevando y trayendo concepciones sobre los roles masculinos y femeninos y las formas de relacionarse entre sí: del predominio de unos y otras según la tierra que se trate, se buscan traer y llevar prácticas que beneficien o, en su caso, perjudiquen a ellas o ellos, en esta compleja búsqueda de la igualdad y convivencia equitativa, con todo y el viril montado a caballo cual demostración de infalible -y anacrónica- conquista.

El conflicto inicia cuando a la barbie prototípica (Margot Robbie, fuera de la caja) empieza a padecer imperfecciones humanas: celulitis, mal aliento, pie plano, vergüenza que paraliza y pensamiento de muerte, derivados de los sentimientos de su dueña, ahora empleada de la empresa (América Ferrera, resuelta), por lo que tras recibir el consejo de la rara muñeca ermitaña, se lanza al mundo de carne y hueso con la inesperada compañía de Ken (Ryan Gosling, hilarante) para encontrarse con su respectiva humana: ambos abrirán sus horizontes y cambiarán la forma de ver su vida cotidiana, justo para dejar de ser una perfecta muñeca asexuada o un salvavidas que no rescata a nadie.

En Barbie (EU, 2023), Greta Gerwig resuelve el desafío, sale bien librada y pone al servicio del guion, coescrito por Noah Baumbach y con quien colaboró en Mistress America (2015) y Frances Ha (2012), su capacidad para retratar mujeres íntegras, falibles y decididas, como también lo hiciera en Mujercitas (2017) y Lady Bird (2015), acá con el reto de plantearlo en un contexto mainstream cuyo tema de entrada se antojaba complejo por las restricciones propias tanto de las grandes producciones como del afamado juguete y sus implicaciones comerciales e ideológicas. Con toda la discusión a su alrededor, el relato plantea con claridad su postura política y parece ser consciente de sus posibles contradicciones.

Si bien por momentos, sobre todo durante el tercer acto, parece la película se preocupa más por reiterar y subrayar su postura ideológica, aprovechando cualquier momento para que alguien dé algún discurso, que en seguir desarrollando la trama, consigue equilibrar y seguir patinando con elusividad y gracia sobre el delgado y contradictorio piso sobre el que se mueve: se desliza entre la crítica al consumismo y al poder empresarial para aprovechar cualquier idea progresista y transformarla en ventas, siendo un filme con toda la lógica de las producciones de los grandes estudios.

Las referencias están presentes y bien insertadas, desde el prólogo disruptivo de la odisea espacial kubrickiana en el que se presenta la narradora Helen Mirren, hasta las que remiten al colorido cine francés de tonos pasteles, Jacques Demy y de ahí, por supuesto, a la saga de Toy Story, sosteniendo pasajes de ingenio como el de la crítica al mansplaining (explicando El Padrino), la batalla de los kens, las secuencias del homogéneo consejo directivo y, por supuesto, el drama que provoca la pequeñez del frigobar para guardar la cervezas, mientras se cultiva el ego.

La autocrítica no se elude aunque se percibe un cuanto tanto premeditada y calculada, en particular por lo que respecta a la empresa Mattel, la creadora de la muñeca (Rhea Perlman, homenajeada), con todo y el pasaje fantasmala del reencuentro entre creadora y criatura, y las prácticas empresariales entre las que es difícil recordar la presencia de una mujer en el consejo directivo. La capacidad de reírse de sí misma y no tomarse todo el tiempo en serio, le dan el suficiente aliento camp que una cinta de esta naturaleza requiere, sin desviar sus dardos principales.

Algunos personajes no terminan de transformarse de manera creíble como el de la hija (Ariana Greenblatt), que pasa de soltar un regaño a la ingenua Barbie, a vestirse como ella y sumarse a la causa, mientras que otras apariciones como Dua Lipa y John Cena no se aprovechan del todo. En contraste Michael Cera, Will Ferrell y Kate Mckinnon denotan su habilidad natural para la comedia y los elusivos números musicales funcionan con precisión coreográfica, insertados en un notable diseño de producción, desde los escenarios hasta los vestuarios por épocas de cómo se fue transformando la muñeca, incluyendo ediciones de otros personajes solo conocidos por coleccionistas, capturados todas y todos por el ojo ahora lúdico de Rodrigo Prieto.

Siguiendo a Lego, Mattel parece querer incorporar una vertiente fílmica sobre sus juguetes, iniciando con esta muñeca que nació a finales de los cincuenta basada en Lilly, que surgió de un cómic alemán y se volvió todo un fenómeno fetichista; Barbie, sin personalidad y como prototipo de la belleza femenina al inicio, fue evolucionando entre conveniencia y convicción junto con los cambios mercadológicos, sociales y culturales, particularmente los referidos al papel de la mujer, fuertemente impulsado por los movimientos feministas.