Aporía para liquidar la historia

Juancarlos Porras y Manrique
Juancarlos Porras y Manrique, analista, promotor cultural y columnista Platino.

Este año que se nos fue dejó en la mirilla de todos, que la ciudad de León es el municipio del país que más pobres tiene. Por ende, nuestra cultura, con todos sus usos y costumbres conocidos está en un grado laxo de superficialidad y de extravagancia ya que los señores de la Aporía lanzaron, a manera de postulado teológico, una tal “Alianza para la prosperidad” que ronda conceptos por demás ligados a la teoría de Bronstein sobre la permanencia. Es decir, quedarse en lo mismo porque interesa conservar el sistema que los sostiene.

La maniobra anterior conlleva a estudiar con profundidad el por qué seguimos con el centralismo del poder que nos agobia. Hacia dónde podemos voltear para salir del atolladero de pobreza cultural en que vivimos. Esto si pensamos en el fenómeno actual del Bienestar para todos que busca consolidar los principios de la «revolución pasiva» que no es más que la revolución de los pobres en el patio ajeno. Algunos osados a esto le llaman la revolución de las conciencias.

Pero dejemos de teorizar para llegar a los patrones del diario cotidiano. Por ejemplo, desde 1947, cada 2 de enero, nos imponen la historia del martirologio donde se culpa con creces al Ejército mexicano de masacrar a la población leonesa, como también elevar el acontecimiento al grado del heroísmo religioso. Y en afán de explicar a sus contemporáneos, confunden el hecho histórico ligado, de manera eminente, a la lucha ciudadana de Unos Cuantos Locos: la Unión Cívica Leonesa, UCL.

Como no hay rigor histórico, mucho menos revisión precisa (nula crónica), se llega rápido al “liquidacionismo” de la historia. Entra cierto halo político y acaba en la reinterpretación del suceso como hizo el escultor Tavarez en su altorrelieve de la “Matanza del 2 de enero de 1946”. Allí su mirada es la de los aliancistas que buscan la cómoda bonanza en la sociedad que formaron y que les merece, no sólo su atención sino colaboración ciega sin reclamo alguno porque ellos forjaron esta ciudad, dicen. Los obreros que leen, no.

Lo vemos además en hechos tan singulares como el acomodo de los privilegiados en la toma de decisiones de la política cultural en el Municipio. El guiño no es para el pueblo leonés sino para las minorías que demandan atención por los nuevos tiempos políticos. Se nombra a un director de Cultura que no sabe de la materia. No hace caso de los artistas, promotores culturales y maestros locales. Se regodea en el glamur del discurso y afianza, desde su condición partidista su puesto. Es un maestro del fingimiento. No conoce las necesidades culturales de la población. Por eso sus planes culturales ni pegan ni llegan a nadie. Meros eventos.

Los prósperos ven a la revolución pasiva como banal. Mejor que haya pobres sin cultura, afirman, para liquidar la historia.