Amarillos, ocres, sepias y castaños del otoño

Doctor Arturo Mora Alva, investigador, escritor, académico y columnista Platino News

“El otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor.”

Albert Camus

“Y una suavidad descendió de los astros y me colmó hasta los huesos.”

   William Butler Yeats 

Ha llegado el otoño. La medición de las estaciones del año por equinoccios y solsticios tiene su magia y su ciencia. Entre los estados de animo que se convocan y las mediciones de distancias entre el sol y nuestro planeta las estaciones del año se presentan ante nosotros como recuerdo del gran reloj biológico que tenemos integrado y la vida toda se expresa dentro del gran ecosistema que hace de las suyas, y nos recuerda que el tiempo es algo real en nuestro devenir.

El otoño se mete a nuestra vida jugando con los colores de plantas y árboles, con su vitalidad y sus flores; las aves inician viajes y travesías de miles de kilómetros como la mariposa monarca y las ocas migratorias, y las ballenas otra infinidad de especies hacen lo suyo para sobrevivir y para reproducirse. Entre todo esto, los ánimos, las emociones y los sentimientos se agitan en el interior de cada uno, de cada una de nosotras y cual efecto de poderosos imanes cósmicos nos mueven de nuestros ejes, a veces de nuestras creencias y de nuestras certezas, dando paso a la vida que inexorable se hace presente ante nuestros ojos y nuestros corazones, porque si algo nos ha dado la evolución son los sentidos afinados y los sentimientos que nos definen, y que son el impulso del deseo, ese, que se esconde esquivo y juguetón y que hace la certeza de finitud, nos dote del valor para enfrentar  la incertidumbre y correr los riesgos del deseo mismo, para poder hacer una travesía inédita a lo largo de las estaciones, más allá, de horas, días, meses y años de nuestra existencia.

El otoño es el tiempo que prefiero, me gusta más que las otras estaciones de año, tal vez influenciado por los acordes que recuerdo de las “Cuatro Estaciones” de Vivaldi, y que “otoño” tiene la armonía, los acordes y la tesitura que con maestría dibuja con sonidos del violín y las cellos los que el otoño nos regala junto con las mañanas frescas, junto con amaneceres nítidos y horizontes del ocaso maravillosos, que transforman los lienzos naranjas y rojos en verdaderos espectáculos de matices de colores ambarinos, caquis, cafés y cobrizos que son experiencias místicas, que arrebatan y nutren el espíritu.

Las hojas secas son testigos del cambio, de soltar para renovar, hojarascas que saben a su modo que regresan a la tierra para seguir haciendo fecunda y pese a que nosotros tratamos a esas hojas como basura, porque ensucia el pavimento muerto de nutras ciudades, de calles y avenidas pero que el otoño pinta para nosotros, aunque no lo queramos y que, a más de uno, a más de una alegran el alma.

El otoño es preámbulo, es comienzo, es fin y es remanso del verano. Pareciera que el otoño crea silencio, un silencio reflexivo, que nos regala momentos de tranquilidad para aceptar la fragilidad y la vulnerabilidad de lo somos como personas. La luz del otoño pareciera que abre ventanas de entretiempo y paz, detiene el tiempo, pero también, lo hace expandirse e incrédulos nos dejamos sumergir en sus aguas ya serenas, después veranos rebeldes de lluvias y tormentas.

El otoño es viento suave, con desplantes y arrebatos que mecen el follaje y que otras veces arranca hojas que estás dispuestas a entregarse al espacio, para hacerse un momento parte del cielo para dejarse llevar a lugares nuevos, hojas dispuestas a viajar con los soplos caprichosos de aire que las invita a bailar en su trayecto y a dejarse caer como las hojas muertas que saben son y que ya están en el lugar que les corresponde, que en su viaje nos regalan instantes de belleza inefable.

El otoño es tiempo de renovación, es tiempo también de lloviznas, pero también de añoranzas, de recuerdos, de viajes de ida y vuela al pasado, al nuestro, a nuestra historia, nada como el otoño para los recuerdos y para la nostalgia, las hojas de colores ocres y marrones, convocan a las fotografías en color sepia, -no en blanco y negro- como un mínimo homenaje al pasado y sus contenidos.

La tinta sepia en la pluma fuente traza melancolía y remembranzas con las letras que dibuja, y hace que la tinta se mezcle con nuestras lágrimas, y las comas, los puntos seguidos y el punto final estén a veces, las más de las veces, acompañados de suspiros, lamentos y sollozos, pero también de amor, de dicha y de deseo. Un fragmento del poema “Otoño” de Octavio Paz dice:

“Busco unas manos,

una presencia, un cuerpo

lo que rompe los muros y hace nacer las formas

embriagadas,

un roce, un son, un giro, un ala

apenas;

busco dentro de mí,

huesos, violines intocados.

vertebras delicadas y sombrías,

labios que sueñan labios,

manos que sueñan pájaros…”

 Los colores amarillos, ocres, sepias y castaños del otoño son pretexto y contexto para dignificar la vida, para transitar por el sufrimiento, por la pena y el dolor. Somos seres en duelo permanente. El otoño nos abraza, aunque no queramos que nos abracen, el otoño sabe lo suyo y nos pone de cara al invierno y nos dice la vida se vive o no es vida. Mario Benedetti escribió:

“Aprovechemos el otoño

antes de que el invierno nos escombre

entremos a codazos en la franja del sol

y admiremos a los pájaros que emigran

ahora que calienta el corazón

aunque sea de a ratos y de a poco

pensemos y sintamos todavía

con el viejo cariño que nos queda

aprovechemos el otoño

antes de que el futuro se congele

y no haya sitio para la belleza

porque el futuro se nos vuelve escarcha.”