El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, asistió a finales de enero a la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en Costa Rica, acompañado de una comitiva muy familiar. Para el evento, el mandatario había nombrado a su mujer, Rosario Murillo, como “canciller” y a dos de sus hijas, Camila y Luciana, como asesoras presidenciales; mientras que el mayor de sus vástagos, Rafael, asistió con rango de ministro.
Con ese periplo, dejó en evidencia el comandante Ortega, su práctica de nepotismo puro, desde que regresó al poder en 2007.
Así se publicaron las crónicas en distintos diarios, como en el periódico El País, nota firmada por el respetado colega Carlos Salinas, radicado en Managua.
Antes, la poderosa Secretaria de Relaciones Exteriores fue la vocera presidencial, y desde esa oficina se controlaba la información, se compraba la publicidad y se manejaban las campañas electorales.
Cuando inauguramos milenio aquí, la vocera pasó a rango de Primera Dama: Vicente Fox Quesada, el primer presidente no emanado del PRI, convirtió a la comunicadora en su esposa. De la infantil pareja, sabemos mucho los mexicanos.
En México, nos recuerda el muy querido y respetado Ricardo Raphael, que con un rasgo machista, se entrega la dádiva graciosa que el gobernante en turno ofrece al niño y a su familia -gracias a la infinita misericordia y a la bondad de la primera dama- un regalo que, cabe aclarar, se paga con nuestro impuestos.
Efectivamente, el periodista y académico, profesor de asignatura en el CIDE y conductor de distintos programas de radio y televisión, nos habla en su texto de las esposas que manejan el DIF en los gobiernos estatales y en los municipios de todo el país.
Y la sorpresa se la llevan todos los primeros ediles: ¡al momento de encargar estudios demoscópicos, sus esposas salen muy bien evaluadas en las encuestas! ¡Oh, qué popular es mi vieja!, le presumen a sus empleados.
Muchos presidentes municipales, al conocer los números, piensan que su pareja sería buena candidata, para así ellos eternizarse en el poder.
No es precisamente lo que está por suceder en Huixquilucan, Estado de México, donde gobierna Enrique Vargas, pero si algo muy parecido. Tiene ante sí el alcalde reelecto una decisión histórica para continuar su proyecto político: impulsar a su esposa para que se quede con su responsabilidad, para así buscar un trampolín político para lograr la tan ansiada candidatura del PAN a la gubernatura.
Se frota la manos con la idea del desgaste tricolor, y con el fracaso de la 4T y el lopezobradorismo (que se lleve de corbata a la maestra Delfina Gómez Álvarez, a Higinio Martínez y a Horacio Duarte), y él poder rebasarlos por la derecha.
¿De verdad logrará su objetivo Enrique Vargas, metiendo con calzador a Romina Contreras -su esposa- a la alcaldía de Huixquilucan?
¿No será visto como el Daniel Ortega mexicano?
¿No corre el riesgo de exponer a su mujer y a su desendencia, de críticas innecesarias a cambio de una aventura política?
Si gana su esposa la presidencia municipal, ¿podrá lidiar con el poderoso PRI mexiquense que maneja Alfredo del Mazo y con los “dueños del balón,” los texcocanos cercanos al Presidente López Obrador?
¿Cómo será visto al interior del PAN? ¿Acaso como un nepotista y un antidemócrata? ¿Qué dirá Pablo Fernandez de Cevallos Gonzalez, el secretario del ayuntamiento y todo el equipo cercano a Vargas? ¿Acaso viven, en aquel municipio, con “las horas que el alcalde quiere”?
Grave error está por cometer Enrique Vargas, porque quizá logra el objetivo de heredarle el puesto a su mujer, pero si lo hace, tiene que ir despidiéndose del proyecto de la gubernatura. Será recordado, si no rectifica, como el Daniel Ortega mexiquense.