Al borde…

Doctor Arturo Mora Alva, investigador, escritor, académico y columnista Platino News

“… Y hubo mil cosas que no elegí,

que me llegaron de pronto

y me transformaron la vida.

Cosas buenas y malas que no buscaba,

caminos por los que me perdí,

personas que vinieron y se fueron,

una vida que no esperaba.

Y elegí, al menos, cómo vivirla.

Elegí los sueños para decorarla,

la esperanza para sostenerla,

la valentía para afrontarla”. – Rudyard Kipling –

“Morir bien es morir a tiempo. No hay peor infierno que asistir a las exequias del propio deseo. Al funeral de nuestras pasiones. La muerte es por eso… lo que a diario nos acecha. Lo que nos esteriliza, lo que encallece la piel. La ausencia de propósito, la apatía, el desapego a los seres… Esa es la muerte que mata y no la que viene después. Por eso, imploremos que la muerte nos sorprenda sedientos todavía, ejerciendo la alegría de crear. Que nos apague cuando aún estamos encendidos.” –Santiago Kovadloff-

Caminamos al borde del abismo todos los días, si es que de vivir en plenitud se trata. Tomar consciencia de uno es la premisa inicial con la que se desencadena todo, y vaya verbo “desencadenar”, quitar la cadena, romper los eslabones, más que una alegoría para hablar de la libertad pretendida, alcanzada, nunca absoluta, pero libertad al fin, porque al cabo se trata de elegir, de optar ser uno mismo. Jean Paul Sartre lo resumió con la genialidad del filósofo existencial que era: “Somos lo que hacemos, con lo que hicieron de nosotros”.

El azar hace de las suyas y la voluntad y la consciencia se pone a prueba. Somo seres históricos y las marcas de la vida son trazos, palabras, memoria, heridas y cicatrices, y somo imaginación. “El poder la imaginación nos hace infinitos” escribió John Muir, y de ahí que somos representación simbólica, imaginario y realidad.

Mucho de lo que somos es parte del acomodo que vamos haciendo de nuestra historia. Buscamos y le queremos dar un significado, dotar de sentido, un porque, y de ahí tantas iglesias, tantos mitos, tantas creencias para intentar quedarse con cierto equilibrio, llámese culpa, resignación, destino para seguir caminado en el borde, entre la razón y la locura, entre la imaginación y los hechos, entre la subjetiva manera de interpretar la vida a nuestra conveniencia, poniendo afuera de nosotros la responsabilidad de elegir, dejando que las cosas, los sucesos, los otros, -padre, madre, familia, amigos, compañeras, conocidos- decidan por uno, la ideas es creer que nunca somos responsables de nuestros actos y de nuestras decisiones.

Esto, sin contar con la enorme cantidad de falsas promesas, con las incautas y nada ingenuas explicaciones sobre nuestra realidad, que involucran a fuerzas invisibles, super poderes y energías de todo tipo que nos reducen a ser solamente sofisticadas marionetas, que nos movemos por cuerdas que otros tensan y aflojan, un vaivén caótico para hacernos creer que somos siempre las víctimas. Un mundo en la que las víctimas nunca son responsables de nada y solo demandan retribución. Vaya trampa, Pascal Bruckner la definió como la “tentación de la inocencia”.

Las ideas posmodernas que crecen como espuma son las cosmovisiones orientales que sin duda aportan otra mirada renovada a nuestra dicotómica y racional visión occidental del mundo, pero, que junto con otras “verdades reveladas” recién descubiertas o de milenario abolengo, que incluyen todo un negocio con sus productos, parafernalias y libros de autoayuda, hacen presa fácil a millones de cándidos e inseguros seres humanos, y que de forma resumida afirman que somos seres de luz y de bondad, y que solo respondemos ante los ataques que nos hacen desde la oscuridad y el mal en contra nosotros -embrujos, hechizos, conjuros, maldiciones, amarres, malas vibras, y con ello, falta de amuletos, la carencia de un cuarzo poderoso, de falta de espejos, de herraduras,  de coronas con dientes de ajo, o de los rituales y oraciones de salvación y sanación que fallaron porque no se compraron los artilugios necesarios en la tienda indicada y de la marca específica, en donde la duda y falta de fe son las respuestas infalibles ante la falta de resultados. La espiral de la idolatría y la ignorancia solo retrasan la caída desde el borde a un precipicio por demás lúgubre y dramático.

En el mundo real la soledad crece. Los vacíos afloran queriendo ser llenados desde el consumo y la apariencia, son huecos que nunca se llenan y en donde la insatisfacción es dolor, envidia, sufrimiento, rencor, violencia y con ello desinterés por el otro, por los otros, con una apatía a conocerse a sí mismo y a conocer la realidad en la que habita. Se presenta una anomia social que deja de lado todo lo que le debe importar para estar bien en comunidad, haciendo que el individualismo y el consumismo sea el sello de nuestro tiempo.

Hay tipos de soledad, la elegida, que habla de aprendizajes y de conocimiento propio. Hay soledad como castigo, la expulsión de la comunidad, la cárcel, por ejemplo. Esta la soledad por falta de habilidades socioemocionales, que tiene que ver con la historia personal y con la dificultad de expresar lo que se siente, lo que se piensa, un aislamiento por demás cruel.

Pero también está la soledad promovida, esa que la estructura social y económica crea, que se deposita en especial como encargo cultural a las y los jóvenes, con prácticas de aislamiento, de fragmentación de la identidad, de buscar ser diferente a toda costa, una singularidad que se expresa en el cuerpo: tatuajes, piercings, cutting, vestimenta y arreglo personal, para mostrar y demostrar ser únicos, pero solos, incluido el suicidio como respuesta individual.

La incomprensión es soledad, la invisibilidad es soledad. El gran proyecto global de nuestro tiempo es la competencia y es por ello que el individuo permanece en gran medida solo en el mundo y por ello la atomización y egoísmo del sujeto es soledad, la marginación y la exclusión es soledad, la falta real de oportunidades de empleo, salud, trabajo, recreación es también soledad.

Mientras buscamos caminar en el borde, la sociedad capitalista de mercado hace que el abismo sea más profundo y que el borde sea cada vez más irregular, sembrado la falsa idea de que la responsabilidad de caer es meramente individual. La soledad, junto con la ansiedad, la depresión, el burnout y la auto explotación son los síntomas de una sociedad centrada en la ganancia y la acumulación del capital.

Hoy somos los nuevos trapecistas, sorteamos el abismo, somos los nuevos funambulistas en una cuerda floja que nos venden y que viene con deshilados de fábrica. Necesitamos ser con uno mismo y necesitamos ser y estar con los demás. Se puede estar solo, pero no sentirnos solos, de ahí la importancia de crear vínculos, de recuperar las interacciones sociales y la comunicación cara a cara. Estamos siempre al borde, pero no tenemos que dejar que nos empujen al abismo, al menos mantener el equilibrio o el caer sea nuestra elección.

“En las noches claras, resuelvo el problema de la soledad del ser. Invito a la luna y con mi sombra somos tres”. Gloria Fuentes