Jornaleros agrícolas, asignatura pendiente en Guanajuato

Estampa en el 2015. Un abuelo vela a su nieta recién nacida quien falleció en la comunidad de Barretos en León. Llegaron de Metlatonoc, Guerrero. Foto: Martín Diego.

Guanajuato se ha convertido en uno de los destinos favoritos para jornaleros agrícolas que recibe, sobre todo, a indígenas expulsados por la miseria de comunidades en Guerrero, Michoacán, Colima, Estado de México, Chiapas y Querétaro.

Al norte del país, Sonora se ha convertido en un estado con mayor atracción de mano de obra agrícola pero, en el Bajío, Guanajuato se ha convertido en un referente.

La agencia INFOSEL retoma una declaración de la Subsecretaria del Trabajo y Previsión Social de Guanajuato, Libia Gómez Padilla quien refiere que el crecimiento económico del estado hacen lo hacen atractivo para buscar alternativas de empleo.

“Esa parte para nosotros es prácticamente reciente, de cuatro a cinco años, que también empezamos a tener el arribo de jornaleros. Yo creo que los estados que no tienen un suficiente crecimiento, pues hacen o propician que los trabajadores busquen en otros estados, Guanajuato afortunadamente ha tenido un desarrollo tanto de ese sector (agrícola), como el industrial”, dice la subsecretaria.

 

Familias enteras salen de sus comunidades de origen para asentarse, de manera temporal, en Guanajuato. Foto: Martín Diego

LA TRAVESÍA

El viaje es de poco más de 805 kilómetros. Atrás queda el olor a ocote, oyamel y pino… la montaña casi siempre coronada por algunas nubes en la mañana. El viaje no deja atrás la miseria en la que viven en uno de los municipios más pobres del país. Metlatonoc, tierra mixteca.

Su destino es el bajío mexicano. Buscan un lugar para dormitar después de esas largas jornadas en los campos de cultivo. Terminan por asentarse en los municipios de Romita, Silao, San Francisco del Rincón y León. ¡Qué paradoja!, este último apenas considerado por la revista Forbes como la tercera mejor ciudad para vivir.

Guanajuato tiene una Ley para la Protección de los Pueblos y Comunidades Indígenas en el Estado de Guanajuato donde, el artículo tercero, dice que dicha ley reconoce y proteje los derechos de pueblos y comunidades indígenas que transitan o residan en forma temporal o permanente en la entidad.

Una bonita redacción. La realidad es totalmente diferente. En Guanajuato llegan a trabajar a los campos agrícolas sin protección alguna. En ocasiones explotados por sus patrones mientras, en reuniones prolongadas, funcionarios se reúnen para compartir culpas. Si es o no competencia estatal o federal atender a los desposeídos. Ahí, el derecho fundamental no es discutido.

En la comunidad de Barretos, se instalan campamentos improvisados donde viven -o sobreviven- jornaleros indígenas. Foto: Martín Diego

LA VIDA EN LA MONTAÑA

Destella kimi’tuvi (el lucero de la mañana) y se despabilan los ronquidos. Desde las casitas salpicadas en la montaña se levanta aromática la columna del fogón. Tortillas en comal de barro y salsa en el molcajete. Cuando  hay, frijoles. De vez en mes carne, pollo.

En el metate inicia el trajín. Los animales de corral comienzan a rumiar.

Son los primeros sonidos y todavía no abre el alba. El camino que conduce por los senderos se llena ya de esos primeros estragos del trajín. A cortar leña o palma para tejer sombreros.

Un equipo de sonido de alfa fidelidad, tan moderno que no está en el mercado nacional, sintoniza La Voz de la Montaña, radiodifusora del IMER que deja los anuncios en mixteco, náhuatl y tlapaneco. Ese “aparato” es regalo de cualquier pariente que vive en Nueva York, referente de la distancia para saber que está muy lejos.

La mañana comienza a despuntar. Ya se escuchan las primeras tareas. A lo lejos el poco ganado pinta las laderas de la montaña de colores gris, café, negro y uno que otro lunar blanco.

Por ahora la faena termina con el almuerzo. De ahí sólo queda ver el tiempo pasar. La penuria se vuelve mayor cuando los hijos no alcanzan a ser atendidos con los cinco pesos que pagan por tejer sombreros. ¡Cinco pesos al día!.

CAMINO A NINGUNA PARTE

Transitan por el país durante 10 horas o más. Es un recorrido a la incertidumbre. A cuestas traen a sus hijos. Una muda de ropa pero no más. Llegan donde el caporal les ofrece un contrato de 90 pesos el día. Más de lo que deja un día de trabajo por un sombrero: cinco pesos.

Ya forman parte de lo cotidiano. En Barretos ubicado al sur del centro de León, hay una comuna paralela. Llegan varios vecinos de la montaña de Guerrero. Sus afectos los llevan a asentarse juntos para fortalecerse entre sí. Sus nuevos vecinos saben cuándo llegan, tanto que las tiendas de abarrotes se abastecen para la vendimia.

Forman parte de ese paisaje del domingo. Salen a refrescar su rutina con el mismo paisaje. El único que conocen. Hablan poco, cuando lo hacen,  con un mal español. Son hombres, mujeres y niños que tienen el color de la tierra, su tierra. Y en su piel los surcos que dejaron atrás de sí. En aquella montaña.

Lo mismo da el día que sea. La faena es la misma. Temprano salen a la pizca de hortalizas y,  por la tarde, llegan a volver a dormitar. Una forma de subsistir. En el tendajón la respuesta es clara: vienen porque hay trabajo, un trabajo que no es para los lugareños. Un círculo que no se cierra. De Guerrero a Guanajuato, de una zona pobre a la tercera mejor ciudad para vivir.

Tanto los gobiernos municipal, estatal y federal, dicen atender el tema de la competencia de los jornaleros, pero siguen aún sin proteger sus derechos fundamentales.

¿DE QUIÉN SON LOS DESHEREDADOS?

La travesía de los jornaleros agrícolas que vienen desde Guerrero a Guanajuato es un fenómeno que no es novedoso. El desplazamiento en busca de mejores condiciones –aunque los lleven en ocasiones a otras peores- es una fórmula de subsistencia.

Hace dos décadas, salían oleadas de indígenas desde Chilpancingo hasta Culiacán. El viaje era por tren, camión y camionetas. Su arribo a barracas insalubres y a campos de pepino, los llevaron a buscar otros lugares. Vieron así el bajío mexicano.

Hoy están aquí en Guanajuato y se estableció un mecanismo interinstitucional para su atención. La urgencia llama a que los municipios, el estado y federación apuren sus acciones a fin de evitar se agrave –la de por sí- precaria situación.

Basta estar en la intimidad con los jornaleros para saber que es urgente la atención. Se puede hacer un buen discurso, pero más vale bien hecho que bien dicho.

No se puede regatear una atención que es urgente ni, tampoco, se debe excusar por el ámbito de competencia. Es por ley, una ley de derechos, que requiere atención. Ya está puesto el ojo en el tema pues, la cabeza no piensa lo que los ojos no ven.

¿De quién son los deshererados?. La respuesta no debe estar en consideraciones de otro tipo, sino en las que nos dicten al verlos a los ojos, al estrechar sus curtidas manos y al sentir, aunque de manera efímera, esa pobreza en la que viven todos, todos los días en ese trayecto de Guerrero a Guanajuato y, ahora, de Guanajuato a Jalisco.

La primera acción urgente es saber quién llegó a Guanajuato desde donde sea. No sólo es Guerrero sino Oaxaca y hasta Chiapas. Se requiere saber su estado de salud, su historial médico, se requiere saber cómo es que llegó hasta acá y, por lo menos, saber quién lo espera de regreso.

Ese diagnóstico debe incluir el nombre de su familia y si los hijos tienen todas las vacunas o no, un diagnóstico que llevará a tomar decisiones.

Se requiere dotarles de un lugar para dormir pues hoy lo hacen en construcciones inconclusas, sin ventanas, sin puertas, sobre la tierra en lugar del piso. Urge una atención para saber dónde es el mejor lugar para que ellos puedan dormitar, sin que les cueste llegar a los campos de trabajo.

Se requiere, además, que los patrones sean responsables y que, atiendan sus obligaciones.

Pero más aún, se requiere cultivar esa solidaridad con los demás. Ese sentimiento de inclusión que nos blinda como sociedad, sin ello, sin el blindaje ciudadano, la comunidad es un sinsentido.

Por ahora son estadística. Vienen, se van y en ocasiones se quedan… a veces vivos, a veces difuntos.